Con el tiempo uno aprende que engañarse a sí mismo es la base del amor.
Yo
tardé en conocer esas cosas de la sexualidad, nací en tiempos donde no
había fotogramas, ni revistas en los quioscos, ni clases de Natus donde
te explicaban el aparato reproductor.
Los únicos
aparatos que conocía eran el potro, el plinton y los que nos hacían
saltar en unas absurdas clases de gimnasia que dirigía un tío que se
llamaba Don Serafín, también profesor de Formación del Espíritu
Nacional. Ya conté como presencié, en directo, dejar a un compañero de
clase, el típico gordito mofletudo y torpón, sus tres tículos en la punta del Plinton previo sprint
sofocante y jadeante hasta el minitramp.
Allí sí que
hubo algo de aparato reproductor, pero en esos momentos no lo asocié a
la asignatura de Natus. Era más a la de Música, porque los alaridos del
chaval todavía resuenan en las noches de luna llena en el Colegio de El
Salvador.
Don Serafín no es que fuera facha, era la
FACHEZ: bigotito, pelo engominado y que cuando se enfadaba nos gritaba
cosas como “¡maleante!”, “miembro de la ETA”, “comunista”. Y era buena
gente.
Así que, a falta de información explícita, uno
aprendió a engañarse a sí mismo. Mi generación es una generación de
niños, después chavales, después hombres, que se enamoraban con una
fantasía desmedida. Nos creíamos nuestros sueños. Las chicas eran algo
sagrado, misterioso, como angelicos. Nuestras hermanas eran puras y
delicadas como las alas de una mariposa. Las madres eran gente
asexuada, señoras que nadie podía imaginarse dándose un magreo con
papá.
- Vamos, hombre, ¿mi madre y mi padre...?...¡por favor!
En aquellos años cuando me hablaban de una mujer liberada lo que entendía era que había salido de prisión.
Respirábamos
el amor a base de sueños, de imaginaciones, de guiones imposibles,
maravillosos, de una ingenuidad de caballero andante. Dicho de otro
modo, si uno se enamoraba no lo hacía porque su chica estuviera muy
buena, o porque se la quisiera ventilar. Eso se guardaba para las putas y
las descaradas. Pero si estaba enamorado...¡ELLA ME HA MIRADO...HOY
CREO EN DIOS!
Se nos enseñaba que la mujer que
quisieras debía de ser la futura madre de tus hijos. Había que
respetarla como tu madre fue respetada, como tu padre la supo considerar
y honrar.
Supongo que si alguien de 20 años lee esto
debe de estar ahora mismo pellizcándose. Ayer en un pub que hay cerca de
casa que se llama David`s había a las ocho de la tarde una fiesta de
cumpleaños contratada por un grupo de adolescentes. Unos crí@s de quince
y dieciséis años dándose el lote, con la misma naturalidad que monos en
el zoo. El que ha visitado un zoo sabe de qué hablo.
No
sé yo éstos a los veinte, veinticinco años, qué sorpresa les dará una
mujer. Porque, por lo que vi allí, tocarse se tocaban hasta en el tendón
de Aquiles, que ya son ganas de tocar.
Una de las
primeras veces que me mentí a mi mismo fue de bien pequeño. En el
portal enfrente al mío, en la calle Francisco Vitoria. Andaría por los
once años. Alli vi una pareja besándose a bocados. Me quedé espiando
aquello. Me preguntaba qué estarían buscando con las lengua uno en la
boca de otra. Me parecía algo insólito. Y bastante cochino. ¡Si las
bocas se hicieran para besarse de esa manera Dios hubiese hecho las
narices en otro sitio!, ¿qué es lo que encontraban tan divertido en eso de andar a
mordiscos?...
Pero, simultáneamente, seguía mirando
aquello como si yo mismo formara parte de un aula de la Naturaleza
patrocinada por el National Geographic. ¿Qué buscaba la lengua de esa
chica en la boca de ese muchacho?. ¿Comida?. No lograba comprenderlo ,
así que decidí que aquello era una guarrada.
“¿Puaj!”,
pensé, “¡esto es la repera!, ¡las chicas son de lo peor!...para días
salgo yo con una. ¡La lengua está para los helados!...
Pero seguía hipnotizado por la escena.
Allí
fue una de las primeras veces que me mentí a mi mismo, porque allá
dentro de mi mismidad, en lo más profundo de mi ser , intuía que en ese
portal se lo estaban pasando muyyyy bien.