La última vez que fui a Zaragoza compré cerezas en el Mercado de la plaza del Pilar. Ese color rojo barnizado me encanta.
Hay una novela de Gabriel Miró que se titula " Las cerezas del cementerio". Narra los amores entre Félix, joven de gran encanto y sensibilidad, y Beatriz, mujer mayor casada y de una extraordinaria belleza, que van a encontrarse con el rechazo y la incomprensión de todos.
La historia tiene un final inesperado, triste pero bello a la vez. Félix muere y es enterrado en el cementerio de Posuna, conocido por sus cerezos de cuya fruta, por respeto o por asco, nadie come. Beatriz e Isabel, joven que también amó a Félix, visitan su tumba y comen la fruta de los árboles sagrados, sorbiendo y comulgando de esta manera la esencia del amado con la fruta de los cerezos.
En sus páginas late el deseo, la esperanza del encuentro amoroso; pero no es únicamente algo físico: está lleno de piedad, de necesidad de consuelo, de ternura.
Entiendo muy bien ese tipo de amores, ¡maravillosos!: dar todo a cambio de nada.
Me recuerda esta novela la historia que se cuenta de algunos pueblos de Castilla. En las cunetas de bastantes pueblos de los Montes Torozos asesinaron a muchos republicanos durante la guerra civil. Se cuenta que durante años , creo que aún perdura la costumbre, no se cazaban conejos por ser éste un animal carroñero. Por respeto a sus difuntos.
Recé en el Pilar y después disfruté comiendo y andando por la calle saboreando la pulpa, un poco ácida. ¿Qué va a pasar conmigo? La naturaleza tiene unos ciclos para las semillas; y nosotros también tenemos nuestros ciclos.
Me gusta una canción de Yves Montand: “El tiempo de las cerezas”.
ResponderEliminarEl tiempo de las cerezas es breve, y si no recoges sus dolores, no recoges su amor, por eso las espinas siempre aparecerán.
Pero todo es hermoso, y no claudicamos ante ninguna de las espinas que han nacido del amor.
¿Qué será de nosotros, pobres frutos humildes de este mundo bello y extraño? Este desamparo nos recuerda nuestra pequeñez y nos abre a la aventura de lo desconocido y a la esperanza en una existencia que siempre nos ha cuidado como una madre.
PRISCILIANO
Es usted un poeta. Probablemente le debamos al dolor lo mejor de nosotros.
EliminarBuen domingo.
Por algo el símbolo de Pacha son dos cerezas: 🍒 . Podría contar cienes de anéldotas al respecto (de las que hacen arder Troya), pero no lo haré. Siempre hay algún troll agazapado, "de guardia", dispuesto a boicotear lo que no le agrada leer.
ResponderEliminarNo se corte, para eso estoy yo, para poner barreras al agazapado que se toca el calabacín mientras mira detrás de los juncos.
EliminarJuncos pero no revueltos.
ResponderEliminarLa entrada me recuerda al punto de Camino en el que se nos recuerda como caen las ojas de otoño. Luego el autor añada, con un tonito pelín amenazador: "un día la hoja caída serás tú".
ResponderEliminarPero en fin, este punto de vista escrito en la juventud del autor cambia radicalmente. En el volumen "Nuestro Padre en el cielo" se citan unas palabras de su vejez: "Dios es como un jardinero amoroso que recoge las flores cuando están en su mejor momento".
La hoja seca que cae por la fuerza gravedad se ha convertido en una flor primorosa que recoge amorosamente Dios por su voluntad.
La naturaleza tiene ciclos, nosotros tenemos ciclos y luego está la providencia de Dios.
No, si todo se puede justificar. Verdes, maduras, secas, lo que haga falta…
EliminarLe veo poco rigor a estos planteamientos y a mi me hacen más mal que bien.
Así lo siento y así lo digo.
No exagere pidiendo " ¡ las sales, por favor!"
EliminarEs verdad que " la naturaleza tiene ciclos, nosotros tenemos ciclos y luego está la providencia de Dios".
No sé qué le sobra en
esta frase.
Acabo de leer Govindo. El regalo de Madre Teresa, de Marina Ricci.
La autora, una periodista italiana, tuvo que ir a Calcuta en 1996 para realizar un reportaje sobre Nirmal Hriday, la casa de los moribundos que llevan las hermanas de la Madre Teresa, y sobre Shishu Bhavan, un orfanato que también atienden. En este vio a Govindo, un niño minúsculo con una evidente discapacidad que le ganó el corazón. Su marido Tommaso y sus cuatro hijos —tres chicas y un chico— respaldaron su propuesta de adoptarlo, por lo que dieron todos los pasos para llevarlo a Italia, donde le diagnosticaron una parálisis cerebral espástica y microcefalia.
Y cuenta dice también que Dios le ganó la apuesta: amigos y parientes le habían advertido sobre los problemas que le causaría la adopción de un niño tan enfermo y, en concreto, sobre los efectos adversos que tendría esa decisión en sus hijos. Sin embargo, el resultado fue todo lo contrario: los testimonios con los que termina el libro, de los cuatro hermanos mayores de Govindo, lo ponen de manifiesto.
¿ Lo ve? ¡ Es la Providencia.
A lo mejor le parece poco riguroso el argumento.
Hoy es una cereza, mañana será una mujeeer
ResponderEliminarNacho Cano también vivió una experiencia brutal en Calcuta, gracias a la labor de la orden de la madre Teresa de Calcuta. Fue un antes y un después. Le cambió la vida.
ResponderEliminarSe contaba, no sé si es un mito o una leyenda urbana, que uno del "entorno" estuvo tocando la batería en los primeros años de Mecano (años ochenta).
EliminarSería probablemente un mito pues los Caño eran del colegio de los jesuitas y los del opus y ellos no se podían ni ver.
EliminarYo soy del entorno jesuitas, y podría citarle centenares como yo.
EliminarLas cerezas de Bolea son las mejores de Europa
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