Es de Mark Twain la frase : hay dos momentos muy importantes en la vida de una persona, el primero es cuando naces, y el segundo , cuando sabes para qué has nacido.
No tengo muy claro el saber para qué he nacido. Y no sé si terminaré conociendo esa vocación. De muy pequeño siempre quise hacer reír y que la gente lo pasara bien a mi lado , y es algo que va conmigo. Me ha gustado contar chistes, inventar historias, provocar anécdotas. Pero también he querido imitar y vivir las cosas que sucedían en las películas que veía.
"Eso lo haré un día" , pensaba viendo besar a Gable, o andar a Wayne, o fumar a Bogart, o bailar a Astaire. Y, lo que es maravilloso- o no- lo hacía.
A Spiderman le picó una araña y tuvo superpoderes. A mi me picó el bicho de la música, del cine, de la risa...y me volvió loco.
Dicen que, más o menos, todos tenemos el Síndrome del Impostor. Yo desde luego sí. No he hecho más que imitar lo que admiré. No he hecho otra cosa en mi vida. Copiaba modelos del cine, de la televisión. Cuando estaba en la obra me fijaba en personas que me parecían originales, diferentes, particulares, y reproducía sus anécdotas, sus modos y guiños. Y , después, con los años, le di mi propio estilo , enriquecía aquello con el sello de mi particular folía.
Siempre fue así. También después. Por eso no entiendo hacer un dios de nadie. Sobre todo de mí mismo. Luego no le perdonas que no lo seas.
Hoy, con sesenta y ocho años me he dado cuenta que me he pasado gran parte de mi vida empeñado en gustar a personas que no me querían , en deslumbrar a gente que no me gustaba. Y, lo que es peor, en seguir tíos que por mucho que me esforzase nunca me iban a querer, y que nunca voy a gustar.
Y, sin embargo , no hacemos caso a gente que nos ama y sintoniza. Esa que siempre está.
Se trata de entenderse y distinguir entre lo que lo querrías ser y lo que de verdad tienes que ser. Uno tiene que darse cuenta de lo que es y de lo que representa para esos corazones de fresa que son los que nos quieren.
Hoy es su cumpleaños.
Felicidades para ella y para ti.Segun transcurre el tiempo a tu lado en las fotos se la ve más feliz
ResponderEliminarBien visto
EliminarFinalmente el bufón aceptó su condición
ResponderEliminarDe "finalmente" nada. La he aceptado siempre. Presumo de ella. ¿ Por qué piensas que me lees?
EliminarBocarán de las 7.39, mucho te hace madrugar el veneno. Ojo te muerdas la lengua. Ah, y cuando acabes de usar el ordenador, lávate las manos, borra las cookies y el historial de navegación. Y el de nab
Eliminaro-en-acción.
¡qué paséis un día superfeliz!
ResponderEliminarHas nacido para que los de tu alrededor descubran las cosas bonitas de la vida. Eso somos los artistas. Así vivimos y así moriremos. Un abrazo
Pétalos de rosa
Muchísimas gracias. Un beso.
EliminarMuchas felicidades !!!!, por muchos más.
ResponderEliminarMuchas felicidades
ResponderEliminarSer bufón siempre fue un empleo real (real de la realeza). No sólo nada tiene de malo, es que además es socialmente necesario.
ResponderEliminar¡Muchas felicidades!
McC
¡Esa es mi chica!
EliminarLa entrada de hoy, aunque no trate directamente de este tema, me trae a la memoria el provocador libro "Sincerità" del filósofo italiano Andrea Tagliapietra, con tesis bastante heterodoxas —Prisciliano las habría llamado heréticas—, discutibles, pero muy sugerentes. Especialmente para quienes hemos jugado al fútbol profesional y hemos escuchado hasta la saciedad la necesidad de practicar la “sinceridad salvaje”.
ResponderEliminarLa sinceridad suele identificarse con la verdad, la autenticidad, incluso con la valentía. Pero Tagliapietra propone una mirada menos ingenua: esta virtud, tan aplaudida, no es ni tan pura ni tan inocente como se cree. Según él, la sinceridad a veces tiene las piernas aún más cortas que la mentira. Aunque no pretende engañar, no llega muy lejos: tropieza, hiere, rompe vínculos y, muchas veces, no construye nada.
Ser sincero no es lo mismo que ser honesto. Uno puede confesar, con total transparencia, que ha robado, mentido o traicionado… y seguir haciéndolo. Puede mostrarse “tal cual es”, con defectos, cinismo o violencia, y quedarse tan ancho solo por haberlo dicho. En ese caso, la sinceridad no transforma, no redime: solo se exhibe.
Es cierto que Tagliapietra no menciona la forma específica —y tan peculiar— en que se practica la sinceridad en el Betis: total, salvaje, pero siempre dirigida exclusivamente al director que a uno le ha tocado, pero jamás, hacia los demás. Él habla de otros modos de vivirla, y se concentra en una confusión contemporánea: la que iguala sinceridad con espontaneidad, sobre todo a partir de la revolución del ‘68.
Desde entonces, decir lo que uno piensa o siente se convirtió en símbolo de libertad: romper todos los filtros, “ser uno mismo” a cualquier precio. El resultado ha sido una sinceridad impulsiva, instintiva, libertaria, muchas veces irresponsable. Porque, según Tagliapietra, no todo lo que se siente debe ser dicho, ni todo lo que se piensa merece escapar de la boca. La sinceridad salvaje no siempre libera: a menudo destruye. Y sirve, además, como coartada perfecta del narcisismo disfrazado de transparencia.
Esta exaltación contemporánea de la sinceridad ha tenido consecuencias paradójicas. Por un lado, el exhibicionismo emocional: lo íntimo se ha vuelto espectáculo. Hoy, mientras se defiende sin descanso la privacy, al mismo tiempo abundan los coming out —de emociones, traumas, culpas o simplemente del menú del desayuno—, celebrados como actos de valentía, o hechos de interés general, aunque en muchos casos no sean más que una necesidad desesperada de mostrarse y ser mirado.
Por otro lado, ha surgido una nueva hipocresía: el lenguaje políticamente correcto que en vez de sincerar, disimula; en lugar de decir con claridad, oscurece. Ya no hay ciegos, sino “personas con discapacidad visual”; no hay pobres, sino “individuos en situación de vulnerabilidad”; no se dice “basurero”, sino “operador ecológico”. Lo directo se ha vuelto incómodo, incluso sospechoso.
SIGUE
Frente a todo esto, Tagliapietra plantea algo bastante inquietante pero sugerente: la civilización no se construye sobre la sinceridad, sino sobre su contención, casi su estilización. Porque cuando la sinceridad se expresa sin filtro, puede ser cruel, punzante, destructiva. La espontaneidad, por muy enaltecida que esté, no suele tener buenos modales. Por eso, desde tiempos antiguos, la humanidad ha aprendido a revestir la verdad con formas más suaves. La cortesía, el pudor, los rituales sociales: lo que algunos desprecian como falsedad son, en realidad, estructuras que nos permiten convivir. El galateo, las etiquetas no son una máscara hueca: se trata de una ética de la estética, una manera de relacionarse evitando el "choque de lo demasiado verdadero".
ResponderEliminarPlatón hablaba de mentiras útiles para educar a su ciudad ideal; algunos teólogos católicos defendieron la pia fraus, mentiras piadosas al servicio del bien; Nietzsche, más radical, sostenía que la verdad desnuda es insoportable, y que necesitamos del velo de Apolo —la belleza, la ficción— para seguir viviendo. Para Tagliapietra la civilización no nace de la transparencia absoluta, sino del arte de velar, de matizar, incluso de fingir, cuando hace falta.
Sin glorificar la mentira, reconoce que esta, en ciertos casos, puede ser más humana y más beneficiosa que una verdad lanzada sin cuidado.
Me parece que algunas de sus ideas reflejan formas de vida y relación típicas de Italia, y resultan difíciles de aceptar para quienes vivimos en otros contextos. Especialmente en lo que toca a lo profesional, donde la franqueza y claridad se valora de manera distinta. Ademas, evitar la sinceridad en nombre de la cortesía puede llevarnos a una hipocresía más sutil: la que se disfraza de virtud para no incomodar; y la tentación de manipular con buenas intenciones nos acerca peligrosamente a justificar los medios por el fin.
Pero hay en sus páginas observaciones provocadoras lucidas y bastante acertadas.
Me imagino que este libro es un 6. Felicidades para Maria Jose y para ti.
Muy buenos y currados sus comentarios, don Guiri.
EliminarY muchas gracias. Igualmente.
Un muy feliz día, Don Suso.
ResponderEliminarLe admiro
Gracias, y perdón.
EliminarNoa Rouco y el concejal de Orense o son unos valientes o son unos insensatos. Me gustaría saber qué os parece (yo estoy entre ojiplático y patidifuso):
ResponderEliminarEl surrealista vídeo del alcalde de Ourense con su concejala de festejos en unas termas donde recomiendan no bañarse: "Como Fraga" https://share.google/n3KPj0IindsZF51nz
Menuda calva Mendive. Ponte una peluca al menos. Ten dignidad
ResponderEliminarA ver, el alcalde te desanima para el baño en cuestión, pero la concejala ya es otra cosa.
ResponderEliminarSusto, ¿podrías empadronarme en tu casa gallega para poder votar a la concejala?
Siguiendo con el tema de la sinceridad, de la verdad y de la mentira, siempre me ha llamado la atención el hecho de descubrir en la naturaleza ejemplos de seres vivos que mienten (además del ser humano). En el mundo de los peces, es común ver especies que camuflan su forma y su color para hacer creer a una presa que son rocas y así poderla cazar mejor; hay muchos ejemplos más; también entre los insectos.
ResponderEliminarPero es que además, el mismo Dios, no diré que mienta, pero se oculta; nos presenta un mundo, una existencia, donde el se hace el huidizo. Necesitamos la fe, para tenerle en cuenta. Necesitamos apostar para considerarle algo real. Aunque en mi caso, no sé por qué, no puedo no creer, lo habitual en los individuos de la especie es, o no creer, o creer sabiendo que se lanza una apuesta que aboga por la esperanza.
Dios se oculta. La existencia es un escenario incompleto; en cierta forma falseado; quizá para que podamos ser independientes; quizá para que la presencia completa del ser divino no ahogue nuestra atención sobre nosotros mismos y sobre las demás realidades (aunque seguramente están, estamos, también en el ser divino).
Luego está Jesús. Yo en principio no creo en Él como Dios; pero cuando creía se me planteaba la duda de si Jesús conocía la estructura del átomo, la teoría de la relatividad, etc. ¡Era Dios! ¡Estaba creándolo todo de la nada continuamente! Una monja que conocí me dijo que no funcionaba así la cosa, que si Jesús quería ser verdadero hombre tenía que saber únicamente lo que sabía cualquier otro ser humano, por tanto, no conocía los entresijos que la ciencia descubriría miles de años después; y es por eso que a veces Jesús hablaba de que “las columnas del cielo se tambalearían”, como si la bóveda celestial estuviera sostenida por columnas, y algún otro detalle que me hacían intuir que Jesús no tenía conocimientos científicos superiores; en definitiva, no lo sabía todo. Me sorprendió y tranquilizó el razonamiento de la monja; si Jesús era Dios, tenía que ocultar a su “ser” “humano” casi todo lo que como Dios sabía. Y en algún momento de los evangelios lo parece decir así cuando le preguntan por el fin del mundo y responde: “Sólo el Padre lo sabe, ni siquiera el Hijo”.
Resumiendo, la existencia es una profunda ocultación de mucho por parte de Dios a sus criaturas. No es una mentira, pero sí una ocultación. Ni siquiera lo que percibimos es la forma real de las cosas; es simplemente la forma que nuestra mente da al “orden de las cosas”. Cuando vemos algo azul, el azul que vemos es una sensación en nuestra mente producida por cierto tipo de luz; no vemos ni siquiera la luz, sinó la sensación que la luz produce en nuestra conciencia; las cosas por tanto se nos ocultan, o se nos explican con un modelo creado por nuestra propia mente. No vemos nada.
A parte de todo esto, yo no puedo vivir sin mentir o sin ocultar. Es un tema de prioridades. Primero va el amor; después la verdad. Tengo un hermano que probablemente se esté muriendo; hoy he pasado el día en el hospital; mi madre no ha podido ir por su estado de salud. Yo no le he dicho a mi madre del hecho que la vida de mi hermano corre un serio peligro, que las probabilidades de salir de ésta son pocas, y que quizá sea cuestión de días. Si se lo digo hoy, sufrirá intensamente todos los días que faltan hasta que eso ocurra. Si sólo le digo que mi hermano está blandito y que los médicos siguen trabajando y que no hay que ser pesimistas, mi madre estará más o menos tranquila hasta el día en que el desenlace ocurra. No creo que a Dios le importe; Él oculta cosas, yo también.
PRISCILIANO
Rezo por su hermano.
EliminarHay que mirar muchas veces a otro lado para que la vida funcione.