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Pertenezco a la generación de 1957. Una España donde los profesores de F.E.N (Formación del Espíritu Nacional ) era portadores de mensajes apocalípticos, defensa de facherío más rancio, metían unas usties como panes, y gritaban "¡¡¡PAÑA!!!" cuando querían decir España.
A mi me dio clase un tal don Serafín que cuando se enfadaba te llamaba "maleante", "miembro de la ETA".
Los curas , en mi caso los jesuitas , no les iban a la zaga .
En materia sexual esa educación criaba masas de salidos, de reprimidos, de atormentados, de telarañas socarradas por cosas guarras . Yo soy uno de ellos. Recuerdo una película de guerra donde Telly Savalas moría pensando en una mujer mientras la besaba.
Salí del cine atormentado y pensando: " ¡joder con el calvo, ha muerto en pecado mortal! Todo lo traducías a juicios morales obsesivos y oscuros.
Mis iconos sexuales eran muy raros, pero era lo que había. Recuerdo una película de Jerry Lewis- Lío en los grandes almacenes- donde salía una escena de una mujer que se quedaba en paños menores porque un aspirador la dejaba con sus carnes prietas al viento imperio.
Y aquello me volvió loco. He mirado la fecha de su estreno y tenía seis años. ¡ Pues sí que empecé pronto!
Vivíamos en una cruzada moral que tenía algo de expedición de argonautas en busca de nuestro particular vellocino de oro, que era el sexo. En aquel páramo de abstinencia abrevábamos nuestras tentaciones en los anuncios de ropa interior del Hola , o del Burda, en la Popea de Quo Vadis, en Sofía Loren, en la minifalda de Masiel, en Brigitte Bardot , mientras asistíamos a Misa con los padres, rezábamos el Rosario, y salíamos los domingos de excursión.
Estábamos Carpantas sexuales.
Para mi otra Dalila que me hacía crecer el pelo era Jane, la mujer de Tarzán. Así nos hicimos un hombres y se nos preparó para ver y oír grandes cosas. Antes, uno había pasado por el ejercicio malabarista con las toallas al salir del baño de Ursula Andres y Lux , el jabón de las estrellas. ¡Ursula!: que miraba como una pantera en plena ovulación.
Al final sucede lo que aconsejan los buenos pasteleros : "Dejen que los chicos se harten de merengue".
Después de un tiempo razonable el estómago rechaza el azúcar. Eso sucedió a nuestra generación: acabamos hartos de ese otro azúcar del sexo.
Peo seguimos siendo raros. Yo por lo menos.