De repente, el dolor.
Y con él, uno se repliega sobre sí mismo. Se vuelve un espeleólogo de su alma, y del alma de quién ama y sufre. Cada uno de los dos , cada uno a su manera, desciende las simas hasta alcanzar el núcleo de su intimidad.
El que ama compaña pero a veces con la impresión que el enfermo va por galerías más estrechas que las propiass, sin luz, en una oscuridad que tiene ecos de fuentes subterráneas de las que bebes, y sigues buscando la gran veta.
Vivíais hasta hace unos días allá fuera, indiferentes, divertidos, ajenos a todo, en el puro presente.
Hoy todo eso sobra. Es la hora de buscar oro, y éste anida en el interior.
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