Recuerdo en unos días de convivencia que pasé en Roma que unos keniatas se escaparon , y nunca más se supo.
"Para nosotros"- me explicaba el director de aquel grupo- occidente es libertad, riqueza, abundancia...sólo poder abrir un grifo y beber agua potable es un lujo. ¡Un gran lujo!"
Uno imagina a esos hombres que vienen en oleadas, jugándose el tipo , que ven nuestros escaparates con productos de belleza, cochazos, móviles, licores, videoconsolas, ropa deportiva, ...
Toda esa mierda que después queda como desechos de nuestra gran fiesta , y que ellos miran con los morros pegados al escaparate y las manos en el sexo.
Lucharán por conseguir un coche de esos , aunque sea de cuarta mano, y enviarán la foto de la familia a su tribu. Y allá pensarán que su hijo es guapo, rico, famoso.
Todo es mentira: si no puedes comprar no vales para nada.
Miras los ojos de esta gente y sientes su odio.
Se está creando en la atmósfera una especie de corriente de electricidad estática , provocada por la desesperación...bastará un un chispazo , una paliza desmedida de la policía, que su equipo ganó al rival, o el hambre de varios días, para que todo salte por los aires.
En el minuto de silencio por las víctimas de los atentados de París, partido Turquía - Grecia fue interrumpido por los gritos de medio campo "¡Alá es grande!".
Los desesperados se sienten humillados, y su redención está en la violencia.
Nos odian , y ese odio lo alimentan ante nuestra pasividad , como los nazis de ayer, los yihadistas de hoy.
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