A veces parecemos mascotas al servicio de nuestras propias neurosis, que nos gustaría pensar que son Dios. Pero Dios no está allí.
Son las creencias que nos han impuesto.
Nos entretenemos royendo un hueso de plástico que el amo lanza una pelota y siempre se la devuelve con la boca. Da lo mismo que la mascota sea rebelde, apacible, nerviosa, o de esas que al llegar a casa le huelen los genitales a los invitados.
Si te han conseguido educar bien te dirán siéntate, y te sentarás, dame la patita, y te la darán, al suelo, y te irás al suelo.
Un día es posible que caigas en la cuenta que no has hecho nada por ti mismo, y que estás donde estás porque eres una buena mascota.
No pasa nada: ese día lo único que tendrás que hacer es no ir tras la pelota.

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