Hay fronteras que es mejor no traspasar
porque una vez cruzadas no se vuelve a ellas.
Es un clásico en este tema el famoso
“umbral de tolerancia”. Un alcohólico puede aconsejar que no hay
problema en beber cinco vinos. Y probablemente para él sea así, es
su umbral de tolerancia. Pero no es un buen consejo. La gente normal
con cinco vasos de vino se enmoña muy principalmente.
Lo mismo sucede con otros excesos
físicos como las drogas, las adicciones sexuales (seguramente a un
un pornógrafo habrá películas x que le parecerán aptas para todos
los públicos, mientras que a otras sensibilidades les harían potar
de asco. En la práctica deportiva sucede otro tanto. Un ciclista
puede animarnos a subir el Tourmalet, considerando su ascensión cosa
de niños...pero no todo el mundo tiene ese “umbral de tolerancia
física”: en la segunda curva ya iríamos zigzagueando, y en la
tercera , poniendo pie en tierra.
En lo físico está clara esta ley. Por
ejemplo, con la violencia. El profe que pega una vez le resulta muy
difícil no hacerlo más. O el que maltrata a su mujer. Sucede lo
mismo con los pederastras. Todo comienza por caricias aparentemente
inocentes, palmaditas en el culete, sobar los carrillos del niño...no
hay marcha atrás: se cruzan fronteras hasta más allá de lo que uno
pueda pensar.
Pero también existe el “umbral de
tolerancia moral”.
El corrupto que por primera vez admite
un soborno se pone colorado, pero sólo un poco. Luego ya es coser y
cantar: la conciencia hace callo y se insensibiliza. Basta repasar
las conversaciones de los de la UGT para ver a qué umbrales de
tolerancia inmoral han llegado. Lo que para un pornógrafo la
película “Esclavo de su clavo” le parece digna de poner en una
catequesis, a éstos sindicalistas los chanchullos de los ERES son
“Derechos de las trabajadoras y trabajadores”.
Lo mismo sucede con el cura preguntón
de confesionario, que los hay. Es sucio preguntar ciertas cosas, y
tal vez la primera vez uno se corte un poco...pero una vez traspasada
esa frontera del impudor ya no hay punto de retorno, se llega a
chapotear en el alma del inocente mientras se toca el cacahué en la
oscuridad de un confesionario.
O el banquero que sabe que va a
endilgar a unos ancianos unas preferentes con letra pequeña.
O el obispo que en su avaricia hereda
propiedades de ancianas so capa de ganarles el cielo.
O el cardenal vanidoso que va con
chófer, se perfuma, viste de sastre a media y gusta de inflarse en
sus predicas de pavo real.
O esos entregados a Dios en compromiso
de “vivir las virtudes” con Barbour y Sebagos, handicap 7 de
golf, y una vida de puuuuuuta madre, siempre a la sombra de los pijos
del Mundo. Eso sí, piadosos son un rato largo.
Todos tenemos nuestros “umbrales de
tolerancia”, y algunos no están nada bien.
La buena noticia es que estos umbrales no son definitivos. Si somos honestos, podemos alejarnos un poco de nosotros mismos para examinarnos. Como ha escrito el Papa Francisco: "La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así»", una frase que habrás oído muchas veces. La "misión" no es solo para los católicos: para ser felices cada uno debe salir de su mundo. Empezar de nuevo es posible: tirar la libretita y comprar una nueva.
ResponderEliminar¡Completamente de acuerdo! Yes, we can!
EliminarTodos. No nos libramos. Grandes tus reflexiones Mauricio. Gracias
ResponderEliminarBueno, esta el umbral de tolerancia que cada cual se ha hecho a su medida, y esta la verdad de las cosas. Increíble la voz critica femenina, como contrapunto a los desvaríos del tal Sevilla, sindicalista dimitido, cuando le canta las verdades del barquero ante los abusos que se han cometido... Increíble y alucinante que ante las palabras de este sujeto, no se levantara alguien le cruzase la cara...¡Que asco!
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