domingo, 14 de abril de 2019

THOMAS MANN: LA COCHINERA DEL ALMA

El que ha  escalado las montañas de Thomas Mann sabe  mucho del  mundo, y de él.

A mi La  Montaña Mágica, Los Bunderbroock , Muerte en Venecia, me dieron la vuelta y me enseñaron las  junturas del alma.

Mann tenía un alma burguesa  que me hizo entender la de muchas familias de  alguno de los colegios donde impartí clase. Porque con él descubrí el derribo interior que se ocultaba tras una fachada impecable.

Desde su juventud hasta el final de sus días Thomas Mann llevó un diario que sólo pudo ser leído veinte años después de su muerte, por propio deseo expresado en su testamento.

En distintos cuadernos secretos había ido anotando los pormenores de su existencia. Cada jornada, una detrás de otra, fue pormenorizando   todos sus actos anodinos: miles de desayunos con huevos escalfados, miles de resfriados y mareos, miles de paseos sólo o acompañado de su mujer Katia o de su perro Toby por los bosques, por los parques de distintas ciudades donde vivió, en su patria o en el exilio de Suiza o de Norteamérica. 

En esas páginas,  escritas de forma meticulosa, el escritor dejaba constancia de las visitas de amigos, de los tés de las cinco de la tarde, de los viajes en tren, en coche o en barco, de las piezas de música oídas mientras se fumaba un puro antes de ir a la cama.

 También de las poluciones nocturnas, de las masturbaciones y de otros movimientos  de la carne, de las pulsiones homosexuales que sentía al ver a un joven y hermoso camarero. 

Al parecer Thomas Mann creía que cualquier nimiedad cotidiana tenía una trascendencia sublime por el simple hecho de que le ocurría a él cuya alta estima era capaz de convertir un catarro en una categoría suprema. Pero estos escritos secretos tienen la virtud de descubrirnos el derribo interior que se ocultaba detrás de una fachada impecable, sin una sola grieta. 

Mann  apestaba a esa perfección maquillada. 

Este  hombre  se protegía bajo  la máscara del burgués respetable. 

A mi eso  me sonaba: esa película ya la he visto muchas  veces. Era un cobarde que  ocultaba sus pasiones en la trinchera de sus obras de ficción. 

Hay  muchos Mann que   en su diario, guardado bajo llave, confiesa su deseo turbio ante los cuerpos de los adolescentes, o reniega de una religión que cumple escrupulosamente, o de un Dios que no ama. Mucha mentira  en los salones alfombrados del  buen burgués....que oculta  el suicidio en la vida real de dos de sus hermanas, una con arsénico y otra colgada de una viga.

Pero este hombre  no pestañeaba ante el dolor.

Las imágenes  de su vida permiten ver cómo aquel joven triunfador con ínfulas  va envarándose para adquirir la forma de un caballero almidonado y de cartón , sentado  en el sillón exacto con el bigote cada vez más recortado, rodeado de mujeres esfumadas con pamelas y vestidos blancos, hasta convertirse en un anciano pulcro en cuya mirada apagada se divisan a lo lejos todos  los cerdos del mundo en su  su interior que había logrado encerraren la  cochinera de su alma  para seguir siendo admirado sin dejar de ser respetado. 

Y así hasta que la muerte le visitó, pero esta vez, ¡mala suerte!,  ya no pudo anotarla en su diario.

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