domingo, 29 de diciembre de 2019

UNA LECCIÓN.

Cuando seas muy mayor llegará un día en que dejarás de cumplir años. Te dará igual tener 70 que 80. A esa edad solo cumplirás estados de ánimo: te encontrarás bien o mal.


Estar bien o sentirte mal será la única preocupación. Los análisis y radiografías tendrán mucha más importancia que la experiencia que lleves en la mochila.

La vejez es, sin duda, una tragedia irreversible, pero si quieres puedes convertirla en una obra de arte. Esa fue la lección de mi padre.

Con la enfermedad sucede lo mismo. He visto hacer de la enfermedad una obra de arte de saber vivir.

Si lo más dulce se guarda para el final, también puede suceder lo mismo en el postre de la vida. El deterioro físico siempre se produce por partes, cada órgano por separado, nunca acontece un fracaso conjunto y total, salvo que decidas acabar por ti mismo o te des un morrazo muy principal.

Hay dos formas de envejecer: de dentro afuera y de fuera adentro. Esta última modalidad es la más evidente: la carne flácida, la linfa acuosa en la mirada, el color ceniciento de la piel, las articulaciones anquilosadas. O aparece el bulto sospechoso que germina por aquí o por allá, la sombra en el pulmón, el veredicto infame del TAC.

Eso muy grave, pero es menos patético que envejecer lentamente de dentro afuera. Si llega un momento en que todo te da igual, que tragas con ruedas de molino con tal de que no te molesten, que crees que tu protesta o coraje no servirá de nada, serás viejo por dentro aunque tengas 30 años.

El alzhéimer no consiste en perder la memoria, sino en no recordar que la has perdido. Olvidar los sueños que en un momento de la vida te hicieron fuerte.

Esa fue la lección que me dieron estos dos que hoy miro en la fotografía que tengo en el despacho. Mi padre y Manuela

Y les pido no olvidarla.



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