domingo, 8 de diciembre de 2019

UNA MAÑANA EN EL MUSEO PICASSO

Visité el museo Picasso  en Barcelona.

El mejor paisaje de esas salas, sin dudarlo, son sus ventanas. Y su mejor luz. Los mejores retratos, los de los bedeles que , sentados y aburridos, bostezan  y miran pasar bobinos a la gente. 

En una sala de aquel museo de pintura había una mosca  que controlaba el espacio aéreo. Esa mosca será la aventura y la novedad que llevará  esa tarde a su casa el bedel. Se lo contará a su mujer con emoción contenida " . No te lo vas a creer, cariño: hoy he visto una mosca volar en la sala  azul". 

Luego hablan de profesiones peligrosas.

  Esas pinturas  son objeto de degustación universal  y por todos los caminos del continente bajan ahora sucesivas oleadas de amantes del arte con una mochila a su espalda. Blancos, mestizos, negros, amarillos. Aquel museo se había convertido en un lugar de cita preferente en la ruta migratoria. Hasta allí llegaban los consumidores de cultura a granel, innumerables excursionistas a pie y otras hormigas voraces.

La verdad, ni una sola de esas pinturas me han producido emoción alguna.

 Al principio de la ruta por el museo se  habilitó  una sala para que el gentío pudiera: depositar las carteras y mochilas en la entrada. Una gigantesca montaña de mochilas . La avalancha de fardos que se multiplicaba en consigna sí que tenía vida propia. Y entonces, el museo, después de darse tanto moco con Picasso , tuvo de pronto su sentido, puesto que cada una de aquellas mochilas transportaba un sueño.

En esa montaña , de verdad, sí que había arte.


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