Al final sabemos todo de todos.
La vida de la gente no tiene secretos, aunque uno no quiera . Desde el primer cachete en el culete del bebé recién nacido hasta la tumba , la película del hombre andando hasta la vejez está bajo constante observación.
La vida de la gente no tiene secretos, aunque uno no quiera . Desde el primer cachete en el culete del bebé recién nacido hasta la tumba , la película del hombre andando hasta la vejez está bajo constante observación.
En los pueblos existe radio macuto : el bar, la reunión de señoras rezando el rosario. En las ciudades de provincias, el casino, la barbería, la parada del autobús del colegio. En ellos se hace acopio de las historias de cada quien y desde todas las perspectivas posibles. Llegamos al juicio final ya juzgados mil veces. A todo quisqui se le conoce por los cuatro costados y no sólo a él, sino también a sus antepasados.
Hace unos días me comentaban una anécdota muy jugosa sobre un afaire de un hombre que pensaba conocía bien. La típica anécdota de la cubana que llama a la puerta y se presenta con un niño en brazos preguntando por el señor de la casa.
El armario que se abre y cae un cadáver sobre la alfombra. Pues eso: y, encima, el niño es clavadito al padre, aunque entreverado.
Todo se sabe. En el bar, en el restaurante que acostumbras a comer, en la barbería, en la tutoría del colegio , en la portería de casa, el Gran Hermano anda por allí a ver qué pilla. Y si no, se lo inventa. No existe escapatoria.
Como en esas películas del oeste que entra en forastero al pueblo y cruza la ciudad y ven unos ojos mirando por el ventanuco entreabierto. O como se apartan los visillos de una casa.
En Valladolid se dice mucho eso de "que no te saquen cantares".
Da igual. Hagas lo que hagas, te los sacarán.
El anonimato de la gran ciudad fue la primera revolución.Recuerdo mis primeros días en Barcelona, esa sensación anónima, invisible entre la muchedumbre, impersonal , los rostrros eran máscaras, y uno sentía una libertad peligrosa. Era la tentación de los paletos. Viajar en el metro y ser nadie.
Pero hoy, ni eso. Vas por las calles, en el metro, en los ferrocarriles, y unas cámaras te siguen. No está la mesa camilla rodeada de viejas que acaban de rezar el rosario y se ponen a cascar del vecino ausente. Ahora tienes Sálvame de luxe, donde hacen trajes al personal, que a su vez terminan en la mesa camilla de cualquier pueblo de este país.
Y alguien ve las tripas de tu ordenador y conoce tu pasado, tu presente, tu futuro, y hasta tus más ocultos pensamientos.
Y, lo que es peor: si quiere, se lo va a contar a todo el mundo.
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