martes, 3 de mayo de 2016

EL JUICIO FINAL

Al final  sabemos todo de  todos.

La vida de la gente no tiene  secretos, aunque uno no  quiera . Desde el primer cachete en el culete del bebé recién nacido  hasta la tumba , la película  del hombre andando hasta la vejez  está bajo constante observación. 

En los pueblos existe radio macuto : el bar, la reunión de señoras rezando el rosario. En las ciudades de provincias, el casino, la barbería, la parada del autobús del colegio. En ellos se hace acopio   de las  historias de cada  quien y desde  todas  las  perspectivas posibles.  Llegamos al juicio final  ya juzgados  mil veces. A todo  quisqui se le conoce por los cuatro costados y no sólo a él, sino también a sus antepasados.

Hace unos días me comentaban una anécdota  muy jugosa sobre un   afaire de  un hombre  que  pensaba  conocía bien. La típica  anécdota de la cubana  que  llama  a  la puerta y  se presenta con un niño en brazos  preguntando por el señor de la casa.

El armario que se abre y cae  un cadáver sobre la alfombra. Pues eso: y, encima, el niño es clavadito al padre, aunque  entreverado. 

Todo se sabe.  En el    bar, en el restaurante que acostumbras a comer, en la barbería, en la tutoría del colegio , en la portería de casa,  el Gran Hermano anda  por  allí a ver  qué pilla. Y si no, se  lo inventa. No existe escapatoria. 

Como en esas  películas del oeste  que entra en forastero al pueblo y cruza la ciudad  y  ven unos ojos mirando por el ventanuco entreabierto. O como se apartan los visillos de una casa.  

En Valladolid se dice mucho eso de "que no te saquen cantares". 

Da igual. Hagas lo que hagas, te los sacarán.

El anonimato de la gran ciudad fue la primera revolución.Recuerdo mis primeros  días en Barcelona, esa sensación anónima, invisible entre la muchedumbre, impersonal , los rostrros eran máscaras, y uno sentía una libertad peligrosa. Era  la tentación de los paletos.  Viajar en el metro y  ser nadie.

Pero hoy, ni eso. Vas por las calles, en el metro, en los ferrocarriles, y unas cámaras te siguen.  No está la  mesa camilla rodeada de viejas  que acaban de rezar el rosario y se ponen a cascar del vecino ausente. Ahora  tienes  Sálvame de luxe, donde hacen trajes  al personal, que a  su vez terminan en la mesa camilla de cualquier  pueblo de este país.

Y alguien  ve las tripas de tu ordenador y conoce tu pasado, tu presente, tu futuro, y hasta tus más ocultos pensamientos.

Y, lo que es peor: si quiere, se lo va a contar a todo el mundo.
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LA BESTIA

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