Soy una hombre que he cambiado muchas veces de casa. Eso tiene una ventaja: no tienes ningún apego por nada. A veces por nadie.
La penúltima vez dejé gran parte de la concha de este caracol para Cáritas . Dejé kilos y kilos de ropa. ¿Quién llevará mis jerseys, esos abrigos, los pantalones , los chalecos?
Hace unos días vi un mendigo con un abrigo que bien podría ser mío. Iba bien elegante. Es curioso, por detrás alguien podría creer que soy yo mismo, pero el mendigo tiene un esqueleto de mejor calidad, y lo lleva con más estilo que yo. Al final resulta que todos somos mendigos.
Ese mendigo trabaja de forma regular en la puerta de una iglesia de un barrio burgués. Es muy ceremonioso . Abre la puerta y susurra piadoso " buenas tardes, señor" .
El otro día, en la puerta del templo, cerca de la residencia donde he ido a vivir , lo vi con el que parecía mi abrigo. Me dieron ganas de llamarle hermano. Es él, pero bien podría ser yo esperando que salieran los fieles de la iglesia para tenderles la mano.
Me fijé en él desde la acera y de pronto recordé. Ese abrigo bailó en la terraza de un bar en León. Aquel bolsillo destrozado me recordaba un paseo de regreso a casa lleno de amor. ¡Wow, ¡tremendo!
Cosas buenas y algunas frustraciones aparecían en cada una de las arrugas de ese abrigo. Y mucha alegría, porque la vida es alegre. , Pero debajo de aquellos paños, en los dobladillos , había unas cuantas heridas. Y allí estaban, cicatrizadas en el interior de ese hombre, que también es el mío.
Cerca de ti anda un mendigo con tu ropa y, de espaldas, se parece a ti.
(El Barullo y en Lo secreto , comenzarán a actualizarse en días alternos).
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¿Cuanto de lo que somos dejamos atrás para encontrarlo de nuevo en los demás?
ResponderEliminarAyer descubrí en youtube una entrevista con un pianista húngaro, Gyorgy Sebok, que vivió la segunda guerrra mundial. Buscaba un tema de Bach, el adagio del 564. El artista contaba que durante la guerra inhibió todos sus sentimientos y perdió también su capacidad de disfrutar de la música. Lo interpretaba como un mecanismo de defensa contra el entorno bélico. Sin embargo, después de la guerra se le volvió en contra y "sufría por no sufrir", no sentía la música. Hasta que un día, oyendo este adagio, todo volvió a la normalidad y "las cuerdas que no funcionaban, volvieron a funcionar". Así es nuestra vida, la vida de los artistas, expuestos como un ecce homo al entorno, sintiéndolo todo, captándolo todo, interpretándolo todo, digiriendolo todo, fagocitando el entorno, incapaces de trazar una línea entre el yo y lo externo. Un buen cínico dentro de nosotros, eso es lo que necesitamos.
ResponderEliminarTe paso el adagio sin la entrevista:
https://www.youtube.com/watch?v=m_uxtZIafbY