Paseo por un Madrid que representa muy bien nuestro sistema. Un océano donde los Bancos, las casas, rascacielos ,son barcos, portaviones, naves flotan a la deriva como islas.
Hay zonas de esta ciudad que huelen a miseria . Como si fuesen pateras de esos mares repletas de naufragos chapoteando a la deriva Y al ruido del pataleo de los pobres vienen los tiburones, que tienen forma de abogados, de prestamistas, de políticos Cuando el tiburón se acerca el pobre empieza a patalear y a gritar. El tiburón tiene ojos sin vida. Ojos negros, como los de un muñeco. Cuando se acercan a uno, parecen estar sin vida... hasta que muerden, y esos ojos negros se vuelven blancos y entonces...
Hay zonas de esta ciudad que huelen a miseria . Como si fuesen pateras de esos mares repletas de naufragos chapoteando a la deriva Y al ruido del pataleo de los pobres vienen los tiburones, que tienen forma de abogados, de prestamistas, de políticos Cuando el tiburón se acerca el pobre empieza a patalear y a gritar. El tiburón tiene ojos sin vida. Ojos negros, como los de un muñeco. Cuando se acercan a uno, parecen estar sin vida... hasta que muerden, y esos ojos negros se vuelven blancos y entonces...
Muchos de esos desamparados vienen de aquí y de allá, y caen a las aguas , que es el paro, la calle, la pobreza extrema. Y comienza la fiesta de los escalos. Se oyen esos gritos de terror terribles y el océano se vuelve rojo. A pesar de todo el pataleo y el griterío, ellos vienen y despedazan familias enteras. Esa carnicería sucede a diario en Madrid, Barcelona, Berlín o París.
Arriba, sobre la superficie los transanlánticos, los cruceros, las grandes corporaciones, las viviendas más o menos dignas.
En medio de ese mar a veces un ciudadano pica el anzuelo, tiran del sedal y lo elevan hasta la oficina de vaya usted a saber qué cabronazo , trincado por las agallas y con la boca abierta.
Era un emigrante que venía de África y que tal vez soñó un día en cambiar el mundo. Por cuatro leuros trabajará día y noche , subirá una foto vestido de uniforme de limpiezas Paco a su facebook, y desde la azotea de Caja Madrid se dirá: y pensar que yo era príncipe de mi tribu. en Burkina Fasso.
No estoy de acuerdo del todo. Mi padre trabajo mucho y su satisfacción fue que yo tuviese una vida mejor.
ResponderEliminarHay que aceptar la realidad. Quizá yo -o el inmigrante- no vaya a tener la vida que querría. Pero sí puede poner a sus hijos en una buena posición en la parrilla de salida. En buena parte es un juego de expectativas, de espejos, que deforman la percepción.
Otro problema es el materialismo. Hoy una buena vida solo se identifica con la abundancia material. En esto no estoy de acuerdo para nada. Es más, creo que el dinero hace infelices a las personas.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUn día me encontré en Madrid a un Príncipe auténtico.
ResponderEliminarEra un africano altísimo con un porte señorial. Trabajaba de peón en una obra y era el hijo del jefe de una tribu africana, al que su padre había mandado a España para instruirse en herramientas y maquinaria.
Me pidió que le explicara el funcionamiento del martillo eléctrico, el compresor de aire y el grupo electrógeno.
Era vivo y lo pilló a la primera.
Yo le pedí que me explicara Africa.
Me habló de un río y de un meandro donde vivía su tribu. De la importancia del agua y del trabajo duro manual que podría hacerse mucho más fácil con el uso de la herramienta y la maquinaria adecuada.
También me habló del gran respeto que en su tribu se tenía a las personas mayores; y de cómo se organizaban y ayudaban en las épocas de sequía.
Aprendimos ambos.
...
Tenía un sueño realizable.
Comprar herramienta y maquinaria, llenar un contenedor y volver a su tribu con los conocimientos necesarios para mejorar.
Por su mirada noble supe que era un encargo que iba a realizar; su padre se lo había encargado, su tribu lo necesitaba y él era el elegido.
Tres poderosas razones.