Desde la habitación escuchaba una tormenta pavorosa . Los rayos iluminaban la noche . Durante la tarde cúmulos redondos, grises acerados , resplandecientes como plata, se amontonaban y pronto se hicieron viento en un avance gigantesco.
De la masa de nubes brotan fugaces los relámpagos y un sordo rumor les acompaña, como si a un tiempo corriesen y disparasen los cañones de una potente artillería. La noche viene de tormenta y granizo.
De la masa de nubes brotan fugaces los relámpagos y un sordo rumor les acompaña, como si a un tiempo corriesen y disparasen los cañones de una potente artillería. La noche viene de tormenta y granizo.
El perro del vecino de arriba está asustado. Gime y aúlla. Fueron aquellos aullidos los que me pusieron en contacto con el terror de la naturaleza: todo el cielo iluminado por el aparato eléctrico entraba por la ventana , y una pequeña víscera de un perro temblaba. Imaginé sobrecogidos a todos los animales en sus madrigueras, los jabalíes de la Collserola, los gatos debajo de los coches.
Pensé que no dormiría en toda la tierra ningún caballo, ningún pájaro , ninguna alimaña. En las horas que ha durado esta tormenta las vísceras de todos los animales estaban unidas y ellas junto con mis propias entrañas formaban un sólo latido que no era distinto al de ese perro asustado.
Esa fue la experiencia que tuve escuchando la tormenta.
Después he pensado que hay otras tormentas , de otra índole, espirituales, materiales, personales o colectivas, que también nos unen a todos, si lo sabemos ver, en el latido de una sola víscera.
Sí, es la comunión de los santos, que se nombra de muchas maneras en todas las religiones y creencias . En ese corazón común casi no se siente miedo.
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