Con cierta frecuencia entro en una iglesia y , aunque no rezo, intento estar en sintonía con Dios. Yo, y de verdad, no soy digno de que entre en mi casa.
Pertenezco a esa legión de personas que desde los seis años pasé a engrosar el acervo de los mortales que esperan una solución a sus problemas mediante plegarias a Dios. Un día me di cuenta que la oración parece un pacto egoísta: rezo y creo merecer un regalo a cambio.
Un día leí " no hace falta que pidas nada, Él sabe mejor que tú lo que necesitas". Y ahora me siento contemplado por Él. Y punto.
Si en algún lugar del universo hubiera un Ser Omnipotente como el que pinta la fe de algunos debería de estar hasta las narices de este barullo de lamentaciones lastimeras que emiten los piadosos habitantes de este planeta pidiéndole remedios para sus males.
Por la mañana, en la iglesia de santa Gemma , escuchas siseos , letanías, idas y venidas en busca de cirios para el santo, la Virgen: un coro de plegarias destinadas a excitar el ego divino, seguidas de un rosario inagotable de penalidades. Imagino a Dios diciendo "¡pero qué se habrá creído este pobre hombre que soy?".
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