lunes, 9 de julio de 2018

EL INDIO

Cuando era pequeño me pasaba horas a solas en casa jugando con pequeños muñecos de indios, vaqueros, y ejércitos de soldados yankees.
 
Eran unas pequeñas piezas de plástico, con una base gris que permitía sostener al combatiente. El resto lo ponía la imaginación.


Con las sábanas, ideaba montañas, valles, desfiladeros, y perdía el sentido con guiones absolutamente desquiciados.


Pero siempre terminaban igual esas batallas: ganaban los indios.


Me daban mucha pena, la verdad.


Había uno de ellos que, en fin, de ser en la vida real, el pobre no hubiese durado diez segundos: tenía una pierna mordida (yo era un niño nervioso, de los que se comen las uñas, los pellejos de los dedos y mordisqueaba los tapes de los bolis).


A ese indio le había pegado una buena soba de mordiscos, y el hombre estaba con una pierna bastante jibada. Además, tampoco tenía arco, aunque sí la pose de disparar una flecha.


Y, para colmo, tenía las piernas inmensamente arqueadas, pues el caballo que debía galopar con nuestro sioux por las praderas, a saber dónde cojones estaba. Y en qué situación.


A ese indio, no me preguntéis la razón, era al que peor trataba: se caía por barrancos, le zumbaban a gusto los yankees, le disparaban desde los carromatos y caía mordiendo el polvo...¡pero siempre ganaba!


Siempre es siempre. Ganaba, además, cuando todo estaba perdido. Era fácil: lo cogía con mis dedos, y con ruidos guturales que acompañaban la hazaña, el cojo, manco, y jodido indio, se liaba contra todos, repartía guantazos a diestro y siniestro, se montaba sobre el caballo del mismísimo general Custer y, encima, se largaba con la bella Lucy, la hija de Cawright, el dueño del Arizona.

Por supuesto, fue Lucy la que le pidió irse con él, enloquecida de amor por Pluma Rota.


Así fue, hasta que un día caí en la cuenta que eran muñecos, y me fui con otros indios, otros carromatos, otros Custers, y otras Lucys.


Ese cambio fue muy duro, porque esos no se dejaban.


Muchas veces he pensado si Dios no será así: un Señor que juega sobre una sabana a indios y vaqueros, y que , no se sabe por qué, le zurra más, al que más quiere.


Pero al final siempre gana el pobre indio.


Pienso en Joaquín. No se merecía lo que  le  sucedió. Nadie entendemos las razones de todo esto.

Son las seis de la mañana, y le pido a Dios que se acuerde de mi pobre, triturado, mellado indio.


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2 comentarios:

  1. Cuando decimos que alguien no se merece algo pensamos que el mal físico en una consecuencia del mal moral.
    Estoy leyendo el libro ese de La Ruta Antigua de los Hombres Perversos, que interpreta la historia de Job. Todos se le tiran encima porque piensan que su ruina es originada por un pecado y por lo tanto lo pueden despreciar.
    Algo así como el rejalgar.

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  2. ¡¡¡Hola Suso!!!

    Pese a la hondura que trasciende a la anécdota de tus juegos con los muñequitos, al sacarlos a colación me he quedado con ellos.
    Y es que me has transportado - leyéndote me ocurre otras veces - muchísimos años atrás ¡mas de 50!
    Cuando era una niñita también muy nerviosa y con una fantasía desbordante...
    Mi hermano jugaba con unos muñecos, probablemente idénticos a los que describes, pero siempre contaba conmigo puesto que las historias las inventaba yo invariablemente.
    De lo contrario, él se aburría enseguida.
    Pues bien, ahí va una anécdota que había olvidado y que espero te arranque una sonrisa, porque a mí, rememorarla, me ha alegrado la tarde.
    En el edificio contiguo al nuestro, en uno de los pisos, vivía una familia numerosa. Serían 5 o 6 hermanos. Comparados con nosotros, "la parejita", me parecían una tribu, un gentío.
    Además, ignoro que extraña asociación de ideas o que influencia subconsciente, un cuento, una película, estaba convencida de que aquel grupo de críos de clase media - alta, eran muy pobres, estaban en la indigencia, ¡incluso los imaginaba huérfanos!
    Todo a causa de que vivían en el entresuelo y tenían un patio trasero en el que jugaban, armando un "barullo" mayor que este tuyo que nos cobija.
    Total, que decidí que mi deber era sacarles de la profunda y triste situación de miseria en la que se hallaban.
    ¡Por Dios, que te juro que mis padres se asustaban incapaces de intuir siquiera de dónde sacaba ideas tan delirantes!
    Yo tampoco lo sé.
    Mi hermano, a instancias mías y yo, cada vez que podíamos les tirábamos los muñequitos a su patio desde nuestro cuarto piso y ellos los recogían y se peleaban entre si como fieras por hacerse con aquella birria de óbolo, en forma de minúsculos juguetes que caían del cielo.
    Se formaba un jolgorio y un griterío que terminaba abruptamente cuando aparecía su madre, la nuestra o la portera.
    ¡¡¡Yo estaba entusiasmada!!!
    Hacía felices a unos desgraciaditos, a unos huerfanitos carentes de toda alegría, tal como los distorsionaba en mi mente calenturienta.
    Finalmente, mi hermano se quedó sin indios, vaqueros, caballos...y yo decidí jugar la carta grande de la generosidad.
    ¡La cocina! Mi mayor tesoro. De madera, con cortinitas y potecitos "de fireta" que decimos en catalán.
    Mi hermano y servidora - se me ponen los pelos de punta, incluso los de los brazos - la empujamos trabajosamente hasta la ventana.
    Era un trasto pero con un esfuerzo hercúleo y un último impulso salió volando y con un estrépito indescriptible ¡¡¡BOOOOUUUUM!!! que heló la sangre a todos los vecinos de aquella callecita de un pacífico y señorial barrio residencial, se hizo añicos.
    No hubo víctimas, a Dios gracias. Pero vino hasta la Guardia Urbana.
    Baste decir que mis padres, muertos ambos hace poco, fallecieron convencidos de que su hija padecía alguna psicopatía gravísima que debía tratarse con ejemplar severidad.
    En el momento de velarles en el tanatorio, yo, mohína y sin entender todavía tantas ocurrencias letales que ¡con la mejor voluntad! he tenido a lo largo de mi vida, seguía castigada.
    Y, la verdad, no me extraña.
    Un besote y perdona el rollaco, así como mil gracias por recuperar un trozo de mi infancia.
    Pese a todo, no reniego de nada.

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