domingo, 22 de septiembre de 2019

BREVE REENCUENTRO.

Hace años tuve una historia. No fue exactamente una historia de amor, pero se le pareció bastante. Uno tendría veintisiete años. 

Todo empezó con unas miradas en una estación de tren. Ella acompañaba a su hijo, esperaba al  metro, y  volvía a sus cosas. Yo entraba en ese mismo vagón e iba a mis cosas.

Después, un día, pasó lo que tenía que pasar. Las miradas fueron la puerta de entrada de eso que Bécquer escribió " el  alma que puede hablar con los ojos , también puede besar  con la mirada".

Fue una pasión  ciega, un exceso, un desvarío. Fue bonito también.

Pasó  mucho tiempo. Mucho. Estuve aquí y allá y años después regresé a esa ciudad.

Salía  de comer de casa de un buen amigo. En la misma calle vivía aquella que hacía años me había vuelto loco. ¿Viviría aún allí?. Es más, ¿ viviría?. Llamé al timbre. Su voz, inconfundible, contestó. Subí. 

Al salir del ascensor estaba ella esperando en la puerta, con un fondo que reconocí enseguida. 

Me sorprendí por la edad . Entonces yo tenía veintisiete años, pero ella poco más de cuarenta. Ahora yo tenía 60 tacos,  ella era  una abuelita octogenaria , aún coqueta, con restos de la belleza que le estallaban en los ojos, las  manos, y su andar , aún erguido.  

Me invitó a tomar un café. Charlamos en esa misma sala de estar donde veinte años terminamos revolcados en ese mismo suelo ( espero que en otra alfombra). Nos contamos nuestras vidas.

Había  sobrevivido razonablemente a los estragos de la vida. Tenía unos ojos verdes, claros,  que las minúsculas arrugas en torno embellecían, y llevaba el cabello recogido tras la nuca, descubriendo el cuello con un sencillo collar. Vestía de negro, una blusa y pantalones holgados sobre zapatillas bailarina. 



Nos miramos con mucha...¿nostalgia?... entonces, con una sonrisa que habría fundido el hielo de todas los dos polos, con toda la coquetería depurada en una larga vida de elegancia y belleza, me dijo:

- Muchas veces me acordé de ti. Y, aunque me imagino que por tu creencias, por cierto, ¿sigues creyendo tanto?...aquello estuvo muy bien.

Contesté que sí, que ya no sé exactamente en qué creo, pero sí, ahí le ando, y que también pienso que estuvo muy bien.

Poco a poco fuimos hablando de cosas más personales y complejas.

Cuando bajé era de noche . Miré arriba al salir  y  ella estaba en el balcón .  Me envío un beso y braceó diciendo adiós . Me intimidaba un poco, tan mayor y tan  viva  despidiéndose como una adolescente . Tan atractiva. 

Le había comentado que estaba muy bien. Me dijo que  sólo hay una forma de soportar el paso del tiempo y es  no olvidando nunca lo que has sido y guardar las formas de acuerdo con tu edad. Mirarte al espejo y sonreír. Y no perder las maneras.

- Como Audrey Hepburn.

- ¡ Exacto¡- rió recordando que ese era el apodo con que le llamaba.

La nostalgia tiene un qué:  no deja ver las cosas y las personas tal y como son. Regresé a san Cugat rodeado de una niebla de nostalgia y con una sonrisa alelada en los labios pensando que esa inocencia , esa despreocupación, esa manera de vivir no regresará nunca, y que Dios no andaba muy lejos de allí. 

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