Para mi un año es un curso escolar. Doce largos meses. Mido todavía los años por las vacaciones de verano : el curso ha terminado.
Por mi parte, aún acostumbro a contar los meses por las angustias de final de curso. Sé que será diciembre por la fiesta de Navidad cuando hay que preparar el show de la puestas en marcha del Belén y la movida donde toda la familia va a ver a su hijo / nieto.
Mayo vendrá acompañado del mes de María y junio dejará paso al estres del final de curso.
El perfume de esas fechas lo llevo asociado aún al tiempo de los exámenes. Mientras estudiaba desesperadamente con el libro abierto bajo el flexo, desde la habitación memorizaba los temas y los fotografiaba. Mi memoria es fotográfica.
La libertad del verano llegaba, de pronto, con ir a Bielsa. Ahora trato de recordar cuanto de bueno y de malo me ha sucedido a lo largo del año, y lo guardo en la memoria.
Así siembra el trigo el labrador,como mis padres sembraban la semilla del amor en mi alma. Así maduran los membrillos,como las sonrisas que a voleo lanzaban mis maestros. Así humean las hojas podridas de otoño donde anidan las trufas que descubrirán los cerdos morreando en mi interior.
El curso ha terminado. Ha pasado otro año. Después toca descubrir el nuevo paisaje que la mente crea en el verano, y otras estancias del propio interior deben ser abiertas y oreadas.
Es un milagro que se repite al final de cada curso: cargado con la experiencia acumulada durante nueve meses, uno vuelve a la adolescencia con el espíritu entero o maleado y encuentra allí todavía algunos placeres de la infancia que nadie ha podido arrebatar.
Puede que aquellos días del ayer hayan pasado , pero si recuerdas lo que vale una canción el día de le Verge de Montserrat como en aquellos días felices en el Vell Ametller aún estás a salvo.
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Buenos días Suso, como ex numeraria tantas veces comparto tus sentimientos, hoy tambien
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