Una de las formas que la psicología recomienda para conocerse, aceptarse, y llegar muy profundo, y muy lejos, es escribir. Redactar tu vida, tu dolor, tus esperanzas, tu biografía. Al parecer, es algo que sana.
Yo desde luego no sería el mismo sin haber escrito. Cuando escribes te retratas. Y son miles las páginas que he repasado dándole vueltas a quién fui, quién quise ser, quien soy, y quien quiero ser. Gran parte de una vida cualquiera consiste , por así decirlo, en la sombra del dolor, en la reflexión sobre él. Reviviendo tu vida y sus cosas, escribiéndolas, uno acaba siendo plenamente consciente de sus penas y alegrías hasta poderlas exorcizar a través de la escritura. Y de la oración, porque para mi escribir, bastantes veces, es rezar.
Hubo un tiempo de dolor - hoy me doy cuenta que prácticamente todo lo que escribí era un ansia que me dolía- que sentía que se regeneraba , como el hígado de Prometeo, que un águila cenaba todas las noches.
Y te descubres otro. Al final, todo lo que redacté - tantas veces de un modo obsesivo- me sirvió para descubrir un Dios bueno. Un Dios que me decía "mis delicias son estar con los hijos de los hombres".
Ese fue el gran descubrimiento de tanta escritura: a Dios le chifla estar con nosotros.
Hay un ser que casi cada día me escribe deseándome que me muera ya - " púdrete viejo, a ver si te mueres de una vez y nos dejas en paz". Esa es la más suave. ¡ Pobre!, ¡ si él supiera!". Su cercanía- nada más próximo que el odio- me hace responsable de quererle con más fuerza.
Los juguetes rotos también sirven para jugar.
Tengo un amigo, que cuando le preguntan por qué escribe, siempre contesta: "Porque no puedo por menos".
ResponderEliminarBuenos días.
McC
¡Bien visto!
EliminarEsto me recuerda a una cosa que me contó Ricardo Estarriol (uno de los primeros numerarios de Gerona que fue luego corresponsal de La Vanguardia en Europa del Este durante el comunismo).
ResponderEliminarPoco después de pitar el director le dijo que hiciese la oración por escrito, que escribiese durante treinta minutos su oración.
Claro, luego acabó de periodista.
De La Contra hodierna:
ResponderEliminar... ¿El segundo?
La práctica de escribir nuestros pensamientos y experiencias en un diario reduce la carga emocional y, con el tiempo, disminuye la frecuencia de las cavilaciones.
¿No basta con pensarlo?
Al escribirlo tenemos que usar frases completas, a diferencia de lo que hacemos cuando rumiamos, y al externalizar los pensamientos obsesivos se activa el córtex motor y el sistema límbico y nos enfocamos en las soluciones. Y recomiendo pasear...
https://www.lavanguardia.com/lacontra/20250916/11062718/reprogramar-cerebro-cambiar-habitos-daninos.amp.html
Claro, es como cuando se lo cuentas a alguien. Te obligas a hacer frases enteras y un discurso ordenado de principio a fin, para que el otro, que no está en tu cabeza, se pueda enterar. Eso también te ayuda a tí. Sales del círculo vicioso rumiador sin principio ni fin.
EliminarPara mí siempre ha sido importantísimo hablar con mis amigas. Me aclara la cabeza y me da un montón de ideas.
Hasta Sherlock Holmes necesita a un Watson.
McC
Escribir es algo mágico, cuesta hasta de describir lo que representa el misterio de la escritura. Ayer hablábamos de Carla Simón, y resulta impactante que su última película: “Romería” se haya basado en los diarios que escribió su madre, pocos años antes de morir, cuando Carla tenía seis años, y que conservaba su tía, la hermana de su madre; esos diarios narran en primera persona (como es lógico) los ideales de una persona joven, descontrolada, atrapada por la droga, asustada por el sida, profundamente amorosa con su hija, ingenuamente idealista con su vida. Poco se debía imaginar que años después harían una película con ellos.
ResponderEliminarYo he destruido prácticamente todo lo que escribí en mi adolescencia, y escribí mucho; pero mucho, mucho. Dudé bastante antes de hacerlo. Sólo he conservado un pequeño diario de la semana santa de cuando tenía 14 años; me impresionó, al leerlo, descubrir que aun y ser mi letra, no recordaba muchas de las vivencias que describía; pero eran las vivencias reales de un niño, que las contaba con sencillez. Las que destruí, las posteriores, eran ambiciones de un adolescente insoportable, con un concepto muy falso de sí mismo, engreído, falsamente seguro, a punto de pegarse unas cuantas tortas que le hicieron menos malo. Me sentí muy bien al destruir esos diarios, porque describían a un ser que ya no existe y que en parte detesto.
Conservo, en cambio, casi todo lo que he escrito desde el 2000 hasta ahora; forma parte de lo que soy. Parte de ello está publicado, y lo ha leído mucha gente. Me sirvió incluso para ganar algún dinero; tampoco demasiado.
Me preocupa mucho que, de todo lo que he escrito, lo que lean mis descendientes no les haga sentir mal, ni les haga daño. Por eso, de vez en cuando, destruyo parte de lo que escribo; cuando no tengo la seguridad de que pueda aportar algo positivo a quien pueda leerlo. Soy consciente de que todo lo que escribo lo leerán mis nietos, mis bisnietos... Mis hijos no son demasiado lectores de lo que escribo, porque me tienen muy a mano y no le dan tanto valor; pero mis nietos se sentirán atraídos por mis escritos, y algunos de ellos les van a gustar mucho; y a mis bisnietos, todavía más; es importante para mi que lo que he escrito pueda aportarles algo bueno.
Para mi son importantes, incluso, los comentarios que escribo en el barullo, me obligan a pensar en cosas en las cuales no pensaría si no existiera el barullo; intento que estén razonados, que sean sinceros, que no busquen agradar ni desagradar, sinó simplemente aportar un punto de vista.
Cuando tuve el ictus, mi primer terror fue no saber si me podría comunicar con alguien de nuevo. Estuve algún día con afasia: interiormente mi mente era lúcida, pero de mi boca salía una especie de dialecto sioux, y mis manos eran incapaces de escribir en un teclado. Afortunadamente, en pocos días se me pasó, pero la escritura a mano (con lápiz o bolígrafo) se me ha resentido mucho, y casi siempre utilizo el ordenador. Poco a poco he recuperado también la calidad de la prosa. El español tampoco es mi primera lengua, pero me defiendo bastante bien.
En mis años más oscuros, descubrí también la capacidad de hacer daño que tienen mis palabras si no me pongo límites; después de escribir algunas de ellas, me di cuenta de que eran buenas en cuanto a calidad, pero que, aun y ser ficción, podrían arrastrar a alguien a las peores obsesiones. Destruí la totalidad de lo escrito en esas circunstancias antes de dejarlo leer a demasiada gente; a pesar de ser mucho lo escrito y de haberme ocupado horas de trabajo. Juré que jamás escribiría nada igual. Ahora no me autocensuro, pero reviso todo lo que escribo para decidir si lo destruyo o no, y siempre uso el mismo criterio: ¿hará bien a mis descendientes?
PRISCILIANO
Muchas gracias por tu comentario. Como siempre, profundo,
EliminarA mi no me preocupa si hago daño o no. Sólo busco exorcizar mis demonios, que no son pocos.
También pienso que dándome a conocer ayudo a conocer a ot@s.