En el colegio Viaró comencé de becario . Allí subía al colegio vigilando el servicio del autobús. Un día uno de los chóferes me lio una gorda- su autocar estaba decorado con una serigrafía muy llamativa y el nombre de su propietario : " EL LEBRIJANO".
El Lebrijano era un tío chaparro, malencarado, muy susceptible, rudo y muy básico. La verdad es que no nos llevábamos muy bien. Pero como acostumbraba a venir de suplente, pues lo toleraba.
Una mañana puso un casete de canciones tipo " El conejo de la Loles", " Te voy a romper el orto", "Nabo seco", " Ti voy a de comer la raja"....los chavales no tardaron en entrar en celo y en nada aquello fue un corral.
Me acerqué y le pedí que inmediatamente quitase eso-
- ¿Pero por qué?
- Porque no son canciones para niños- respondí.
- Pero si ya se ha muerto Franco. Si esto no es malo. Si vivimos otros tiempos.
Me impuse y lo quitó. Cabreado, pero lo quitó. Para pena de los críos que estaban como monos . Ya se me entiende.
El Lebrijano insistió al llegar al colegio en ir a ver a director- era Javier Guillén- para que escuchase el casete y decidiese si era o no conveniente. Le animé a que lo hiciera.
Podéis imaginar el cabreo de Javier cuando llegó el hombre y le puso las canciones. Pero no con el baranda. Conmigo.
Hay fronteras que es mejor no traspasar porque una vez cruzadas no se vuelve a ellas.
Es un clásico en este tema el famoso “umbral de tolerancia”. Un alcohólico puede aconsejar que no hay problema en beber cinco vinos. Y probablemente para él sea así, es su umbral de tolerancia. Pero no es un buen consejo. La gente normal con cinco vasos de vino se enmoña muy principalmente.
Lo mismo sucede con otros excesos físicos como las drogas, las adicciones sexuales (seguramente al Lebrijano habrá películas x que le parecerán aptas para todos los públicos, mientras que a otras sensibilidades les harían potar de asco. En la práctica deportiva sucede otro tanto. Un ciclista puede animarnos a subir el Tourmalet, considerando su ascensión cosa de niños...pero no todo el mundo tiene ese “umbral de tolerancia física”.
En lo físico está clara esta ley. Por ejemplo, con la violencia. El profe que pega una vez le resulta muy difícil no hacerlo más. O el que maltrata a su mujer. Sucede lo mismo con los pederastas : se cruzan fronteras hasta más allá de lo que uno pueda pensar.
Pero también existe el “umbral de tolerancia moral”.
El corrupto que por primera vez admite un soborno se pone colorado, pero sólo un poco. Luego ya es coser y cantar: la conciencia hace callo y se insensibiliza. Basta repasar las conversaciones de los Koldo y Ábalos para ver a qué umbrales de tolerancia inmoral han llegado. Lo que para un pornógrafo la película “Esclavo de su clavo” le parece digna de poner en una catequesis, para éstos tíos son “Derechos de las trabajadoras y trabajadores”.
Lo mismo sucede con el cura preguntón de confesionario, que los hay. Es sucio preguntar ciertas cosas, y tal vez la primera vez uno se corte un poco...pero una vez traspasada esa frontera del impudor ya no hay punto de retorno, se llega a chapotear en el alma del inocente.
O el banquero que sabe que va a endilgar a unos ancianos unas preferentes con letra pequeña.
O el obispo que en su avaricia hereda propiedades de ancianas so capa de ganarles el cielo.
O el cardenal vanidoso que va con chófer, se perfuma, viste de sastre a media y gusta de inflarse en sus predicas de pavo real.
O esos entregados a Dios en compromiso de “vivir las virtudes” con Barbour y Sebagos, handicap 7 de golf, y una vida de puuuuuuta madre, siempre a la sombra de los pijos del Mundo. Eso sí, piadosos son un rato largo.
Todos tenemos nuestros “umbrales de tolerancia”, y algunos no están nada bien.
Javier era un grande defendiendo causas perdidas, y una vez se encontró con la mía. Más tarde conocí a otro Javier, ya en el ámbito profesional, que del mismo modo lo daba todo por su gente. ¿Será que hay algo en el nombre Javier?
ResponderEliminarSuso, ahí va una idea para un post sobre nombres y personalidad.
¡Gracias por compartir!
¿De verdad piensa que los nombres tienen algo que ver con la personalidad?
Eliminar¿Qué hacemos con "Jenofonte", o "Liduvina?, tantos..."
En tiempos se creía aquello de "nomen est omen". Tu nombre presagiaba o anunciaba tu destino. Lo creían los judíos, lo creían los antiguos. Y ahora, en algunas comunitats, de llamarte Pepe a llamarte Pep va un abismo increipla.
ResponderEliminarNomen est omen, decían los latinos por boca de Plauto. El nombre es el destino, es ominoso, anuncia, condiciona, amenaza... Resulta, como mínimo, curioso que suframos nombres como Lastra, Rufián, Monedero, Iglesias, Errejón, Fachín, Arrimadas, Alegría, Montero, Espadas, Garzón...
EliminarSi hablamos de apellidos, da para varios libros. Recientemente descubrí que en distintas épocas muchas comunidades judías tuvieron que adoptar o crear apellidos nuevos. Sin ir más lejos: Netanyahu.
EliminarOiga, lea, estudie, fórmese. Clairo que el nombre condiciona (y mucho). Infórmese de la teoría de la compulsión del nombre, así como de la tesis sobre la profecía autocumplida.
ResponderEliminarDe mi le puedo decir que tuve una novia que se llamaba Angustias, y fue una pesadilla. También salí con una tal Dolores, y tres cuartos de lo mismo.
Mi suerte cambió cuando por fin salí con auténticos ángeles: Gloria (primero) y Alegría (después). Ha sido una experiencia casi religiosa, un festival de gozo y dicha. Me siento el hombre más feliz (y más realizado) sobre la faz de la tierra.
Y esto lo escribe un tío que se llama Feliz y ano.
EliminarA mayor abundamiento, Trump traducido al castellano: triunfo.
ResponderEliminarY según se pronuncie es vagabundo, tramposo.
EliminarY según se desprende de sus actos, narcisista, genocida, racista, misógino y peligro para la humanidad.
Eso ya lo veremos
EliminarHay otros que, so capa de sus apellidos, se las dan de viriles: Moya, Payero, etc
ResponderEliminarOndia, el Pallero! Cuánto tiempo! Qué fue de él?
EliminarAunque la entrada de hoy desarrolla la interesante idea de Blaise Pascal de que si no vives como piensas, acabarás pensando como vives —lo que algunos en el siglo XX llamaron “unidad de vida”—, las digresiones sobre nombres y apellidos me hicieron recordar a los numeratas filipinos que cada año llegaban a Roma, en la “Via di Grottarossa”, con sus camisas peculiares y apellidos aún más peculiares.
ResponderEliminarAntes de la colonización española, muchos locales no tenían apellidos, así que a mediados del siglo XIX se los asignaron a todos. Algunos resultan llamativos, cómicos o directamente absurdos: Dela Mierda, Bobo, Pising, Miseria… y así hasta donde da la imaginación. Entre los filipinos que conocí había dos escuelas de pensamiento: unos juraban que apellidos así fueron impuestos con mala leche, como burla, y otros defendían que cualquier coincidencia con lo ridículo o vulgar en castellano era pura casualidad —la combinación de letras en tagalo puede ser sorprendentemente rara.
Y, por supuesto, estaba el eterno debate sobre si el mítico apellido filipino Perfecro Cagado existió de verdad o si solo era leyenda urbana… como tantos otros fantásticos cuentos que uno escucha al llegar a Roma.
A mí me lo contaron como real, lo de Perfecto Cagada
EliminarMi primera chica se llamaba Melina, que significa "miel" en griego. Pero era una amargada.
ResponderEliminarTuve otra que se llamaba Clara, una guineana más negra que el carbón. Pero esa sí era una verdadera miel.
Mi primera novia fue Helena —decía que se escribía con h— y aquello fue como Troya mientras se decidía entre dejar el Betis por mí o quedarse. Finalmente salió, pero fue una victoria pírrica
EliminarPues anda que llamarte Anónimo como el autor del Lazarillo… 🤣
ResponderEliminarAnna Burns, en su novela Milkman, recoge el problema de los nombres en la Irlanda del Norte dividida.
ResponderEliminarEl nombre denotaba tu comunidad y te la podías jugar. Copio:
"La gente de la calle tenía claro qué estaba permitido y qué no, qué cosas eran neutrales y podían excluirse de las preferencias, de la nomenclatura, de los emblemas y de los puntos de vista. Una de las mejores maneras de describir estas reglas no escritas sería fijarnos un momento en el asunto de los nombres. La pareja que custodiaba la lista de nombres no permitidos en nuestro distrito no era la que tomaba las decisiones sobre el tema. Era el espíritu de la comunidad el que retrocedía en el tiempo y juzgaba qué nombres se podían poner y cuáles no. Los custodios de la lista de prohibidos eran dos personas, un administrador y una administradora, que catalogaban y regulaban los nombres, además de poner la lista al día con frecuencia, cosa que ponía en evidencia su eficiencia, aunque por otro lado la comunidad considerase que rayaban en la aberración mental por los mismos motivos. El esfuerzo era innecesario, porque nosotros, los habitantes, respetábamos la lista de manera instintiva, la acatábamos sin demasiados aspavientos. También era innecesario porque durante años, antes de la aparición de la pareja de misioneros, la propia lista había demostrado con creces la capacidad de perpetuar, revisar y mantener su propia información. Los integrantes de la pareja que se ocupaba de la tarea tenían cada uno un nombre masculino común y corriente y un nombre femenino común y corriente, pero la comunidad se refería a ellos como Nigel y Jason, una broma que no pasaba por alto la amable pareja. Los nombres que no se permitían se prohibían por ser demasiado del país de la otra orilla, y lo relevante no era que algunos de esos nombres no tuvieran su origen en ese país, sino que sus habitantes se hubieran apropiado de ellos para utilizarlos. La creencia era que los nombres vetados estaban empapados de la energía y el poder de la historia, del conflicto inmemorial, de las exigencias y correspondiente resistencia a la obediencia que desde hacía tanto tiempo ese país nos imponía al nuestro, pero la nacionalidad original del nombre no participaba en la cuestión. Los nombres vetados eran: Nigel, Jason, Jasper, Lance, Percival, Wilbur, Wilfred, Peregrine, Norman, Alf, Reginald, Cedric, Ernest, George, Harvey, Arnold, Wilberine, Tristram, Clive, Eustace, Auberon, Felix, Peverill, Winston, Godfrey, Hector y su primo Hubert, que tampoco estaba permitido. Igual que Lambert o Lawrence o Howard o el otro Laurence o Lionel o Randolph, porque Randolph era como Cyril, que era como Lamont, que a su vez era como Meredith, Harold, Algernon y Beverley. Myles tampoco estaba permitido. Ni Evelyn ni Ivor ni Mortimer ni Keith ni Rodney ni Roger ni Earl ni Rupert ni Willard ni Simon ni Sir Mary ni Zebedee ni Quentin, aunque Quentin quizá sí debido al cineasta que tuvo éxito en América. Tampoco Albert. Troy. Barclay. Eric. Marcus. Sefton. Marmaduke. Greville. Ni Edgard, porque ninguno de esos nombres estaba permitido. Clifford era otro de ellos. Como Lesley. Peverill estaba prohibido por duplicado.
En cuanto a nombres de niñas, los de la otra orilla se toleraban porque el nombre de una niña, a menos que fuese Pompa y Circunstancia, no era polémico a nivel político y, por lo tanto, gozaba de margen sin que se firmasen decretos ni edictos al respecto. Los nombres de niña que no eran adecuados no connotaban la misma mofa retroactiva ni provocaban el mismo desagrado histórico de memoria ancestral y «no olvidamos» que los nombres malos de niño.
La reina en el nombre lleva la z de ….
ResponderEliminarPerdón, pero yo no he entendido por qué el director del colegio se cabreó con Suso y no con el Lebrijano cuando oyó las procaces letras de las canciones.
ResponderEliminarBueno, había que conocer a Guillén. Se cabreó porque el Lebrijano insistió en que escuchase las canciones, Yo creo que no escuchó ni media. Pero lo despejó a banda como pudo.
EliminarLo que le cabreó es que le enviara a al ser humano a resolver la papeleta. Ser director de Viaró es algo parecido a ser Alto Mando de la Sexta Flota en el Atlántico Norte y el Lebrijano, pues, imagínelo con el casete en la mano enchufándolo en su despacho.
Vamos, intocapla.
ResponderEliminarMe gustó mucho el nombre que creaste para referirte a U., inspirado en Asterix: Moralelastix.
ResponderEliminarEs como los calzoncillos. Te los pones cada día, vas engordando, y se adaptan. Luego te compras otros de la misma talla y te das cuenta de que te van pequeños.
Somos elásticos en la moral.
En fin, es la vida misma.
Sanyi, conociste al tal U.?
ResponderEliminarNo es que el nombre condicione; es que las personas que eligen el nombre condicionan porque educan. Esas personas son la causa del nombre y la causa de buena parte del comportamiento del hijo o hija.
ResponderEliminarAsí, actualmente, los padres que le ponen "Iván" a un niño estadísticamente le educan de una manera que nos complica la vida a los profesores (mayoritariamente, hay excepciones); los padre que le ponen Pablo suelen ser buenos educadores. Pero esto cambia según el lugar y la época.
Con las niñas, pasa igual. Me pongo muy contento si me tocan alumnas que se llaman Elna, Arlet, Beatriz... Y tiemblo ante las Vanesas, Tanias...
Pero sólo son estadísticas.
PRISCILIANO
En edades entre los 25 y 30 años, en el ambiente de salir y discoteca, suele asociarse el nombre "Vanessa" con una aventura fugaz. Y por ejemplo "Marta" suele asociarse con seriedad y matrimonio.
EliminarTodos hemos conocido al tipico que en la disco "se lió con la Vanessa" y le fue mal. Luego se enrolló con otra Vanessa y fue una aventura desastrosa.
Finalmente el tipo se centró, se volvió responsable y trabajador y entonces conoció a "Marta". Y ahora está felizmente casado con "Marta", y tienen ya 3 hijos.
Pues mira, en mi pandilla de adolescentes las que se rifaban eran dos Martas. No iba para esposas, no. Luego no se supo más de ellas.
EliminarSe te veía buen chico. Pero no te adecuadas mucho a lo que es la labor formativa y educativa del Colegio. Por eso fuiste expulsado y bien expulsado.
ResponderEliminarNo mienta. Habla de oído y no se entera. Jamás, repito, jamás me han expulsado de ningún colegio y de ningún trabajo
Eliminar"Podéis imaginar el cabreo de Javier cuando llegó el hombre y le puso las canciones. Pero no con el baranda. Conmigo."
ResponderEliminarNo compare un chófer chistoso con usted. Usted muy pero que muy usted.