Ayer salí a saludar una mañana de
otoño más mañana que ninguna.
Amaneció con delicadas y filiformes
nubes de estrías rosas como las que vetean a las truchas.
Fue un instante maravilloso. Hacía un fresco que acariciaba la cara
y recordaba el Aqua Velva que usaba mi padre. No sé por que asocié
la imagen de mi infancia al biruji matinal .
Me gustaba ese aroma refrescante y
balsámico...¿o era a mi padre al que admiraba en camiseta interior,
afeitándose, y dándose palmadas en el rostro ?. Hablé con él de
Manu. Se querían mucho.
Después subí al páramo y me quedé
un buen rato contemplando la vega del Pisuerga y del Esgueva, desde
Pucela hasta Tordesillas.
Desde mi posición, pinceladas de un
jijón encendido perlaban las choperas de las lindes de los ríos,
y marrones cálidos eran el paisaje de la tierra que pisaba. Al
oeste aún brilla el verano, que no quiere dejarnos.
No, no es triste el otoño, o al menos
este día de otoño. Pronto no quedará nada de estos colores, ¡tan
hermosos!. Y cicatrizará la tierra en heridas tristes de
melancolías, como si cada hoja caída fuera la nota de una canción
que alguien desgarró en trocitos , una partitura con la letra rota
en pedazos y lanzada al frío del invierno.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarYo creo que el cambio de hora sirve para desconcertar a la peña. Si no quieres que te afecte lo mejor es levantarte como todos los días, como el día anterior al cambio de hora, como si no hubiese sucedido.
ResponderEliminarEste fin de semana en Pucela ha sido buenísimo.
POETA!!!
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