lunes, 8 de febrero de 2021

EN LA FRONTERA DE TI. ¡ CRUZA!

 A muchos nos seducen esos solitarios del cine, esos tipos que están de paso, que viajan de polizones de un tren, y cuyo álbum de fotos está en sus pupilas reflejando la mirada de otr@s.


Son el Estwood del “Jinete Pálido”, o el Shane de “Raíces profundas”, el Wayne de "Centauros del desierto"...¡son tantos!.

Eso es lo que nos atrae, pero la vida desemboca en biografías muy del montón. En nuestra agonía recordaremos aterrados que nuestra mayor proeza fue cruzar un semáforo en rojo una madrugada que nadie nos vio, o haberle dicho a nuestro jefe a la cara después de pedirle un aumento , después de diez años presionado por tu mujer...“ pero si no puede ser, lo entenderé, señor”. Aquello sí que fue la leche.

Eso que en el Oeste llamaban “la frontera”, no era un territorio, o un mapa administrativo. 

Es una forma de ser, se lleva dentro. Puedes estar impartiendo clases, recetando, o en la cola del Froiz, y ser uno de esos que te colocas la estrella del sherif que acabas de eliminar, y ser la ley.

El Barullo tiene bastante de eso. Es una frontera. Al menos para mi. Es una recreación de esos solitarios y de la rebeldía contra esas cosas que no me gustan, o que sí. Y las comparto.

Puedes desertar de la rutina si pones 20 leurazos de gasolina y te pierdes con Van Morrison regalándote una escapada hacia ninguna parte: Cuntis, Caldas, Santiago, Padrón... Y te olvidas de todas las ortopedias de tu vida, de tu jefe, de esos clientes, de la mierda de vida que llevas.

Y aparcas en la plaza de un pueblín donde te sientes forastero porque no te conoce nadie, y saboreas una cerveza con la maravillosa sensación de ser un extraño lejos de casa. O Hans Solo en la Taberna de Moss Easly, allá por Tattoine.

Algunos se atreven a más, y cruzan la frontera a terrenos muy peligrosos...

Todos tenemos un lado oscuro, como sangre heredada de otro idioma, una genética que nos viene de Caín.

Lo tremendo es conformarnos con convertir nuestros sueños en silencios de angustias rumiadas que anuncian un ictus, en algo que nadie sabrá jamás de nosotros, en resignación y frustraciones.

¡Dios!, acabarás tus días con la amarga sensación de no haberte quitado nunca el pijama de rayas y pasear desnudo al menos por tu casa. 

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