Hace un tiempo , cuando regresé de Guatemala, sentí el deseo sincero - ¿ sincero? - de volver a ver a una amiga. Quedamos en la plaza donde años atrás la dije que la amaba.
Viajé durante horas y, mientras aparcaba, la vi sentada en la terraza donde habíamos quedado. Sentí un algo que no sabría definir, algo así como esa bolsita de sidral que comprabas de pequeño, donde mojabas el dedo en él, o untabas con saliva una barra de regaliz , y se te pegaban sabores que no sabías identificar.
Ella estaba como siempre.
Estaba casada. Y en ese momento, la verdad, no importaba.
Me preguntaba qué sentido tenía esa cita. Entonces fui yo el que no se gustó. Y sentí una pena muy grande por mi. La palabra no es "pena", ya me entendéis.
La llamé por teléfono, balbuceé una mala excusa, y regresé.
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