No creo en ese tipo de pareja olímpica, perfecta, impecable. Esa tan higiénica y limpia que se miran y dicen: “Cariño, ¿qué puede salir mal? Si es que lo tenemos todo”. Y los niños son maravillosos, el colegio full, Dios les bendice.
Con los años, aprendes que la vida improvisa, que tiene su propio sentir, que tú puedes programar , poner atención, mimo, tranquilidad, cariño pero ella va a su bola , y que muchas veces no coincide con nuestras previsiones.
Que la perfección no existe. Y que la suma de actos perfectos produce monstruos.
Si tienes hijos, te aconsejo que no vendas esa imagen de chachi porque te vas a caer con todo el equipo.
No quieras que ellos te vean como una mujer o un hombre inquebrantables y cojonudamente guays . ¿Por qué? Porque cuando pasen los años y ellos salgan ahí fuera, al mundo real, y tengan su primeras usties , tortazos, tropezones , sus primeros fracasos, lo que no querrás es que se vengan abajo pensando: “ ¡ la cagué. A mis padres aquí nunca les hubiese pasado esto. Mi padre me dijo que si tal y que si cuál, y yo la pifié".
Intenta , y esfuérzate en mostrarte ante tus hijos… Pues como eres, una persona real, con fallos, con taras que vienen de serie .
Una familia maravillosamente imperfecta. Porque la imperfección no te hace ser peor padre o madre. Y el que diga lo contrario es gilipollas.
Tus hijos, nietos, no necesitan padres o abuelos perfectos , necesitan padres que estén con ellos incondicionalmente. Y para eso no hace falta ser perfectos.
No seas de cartón piedra. Que se te pueda tocar, tomar el pelo, abrazar. Y no seas pesado.
Estoy convencido que hay hijos que si les dejaran hablar dirían " mi padre tendría que haber sido cura...¡ todo el día echando sermones y dando pol saco !"
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