martes, 28 de junio de 2016

AMANECER EN LA RÍA

Paseo un Bilbao al amanecer . En la Ría  espectadores ávidos de atardeceres, unos sosos, otros sangrantes de belleza  ,  están sentados  , de regreso de  una noche de excesos. Un trago a sorbos   en las  escaleras  del Ayuntamiento . Y de fondo, el poderoso y vibrante pulso de esta  ciudad.

Tengo  un mar  con   poetas naufragados y la mayoría ha zozobrado describiendo la  belleza  de  muchos amaneceres y atardeceres. Aunque no soy poeta, voy a tratar de salvarme  , lo dijo Dostoweski,  a través de la  Belleza. Fotografío la vida  que  transcurre  a mi alrededor:  viejas desdentadas zurciendo a la puerta de una vieja  casa, tenderos  atendiendo  niños  con  mocos, entierros, bodas y bautizos,

Después de atravesar el caldo gordo de la vida, cuando el día ya estaba entre dos luces,   espero  también el momento de cazar un buen amanecer , cosa nada fácil, puesto que hay luces  sosas e inútiles y otras ensangrentadas .

Cuentan de  Russiñol  que  subía  a una  pequeña  montaña  en Sitges a  contemplar  el atardecer , y dependiendo   como  fuese  el espectáculo, se levantaba a  aplaudir  y gritaba  "¡autor,autor, autor!"

Somos  muchos los  que  abucheamos o aplaudimos  los  amaneceres como si fueran buenos o malos espectáculos.

Las golondrinas son seres imprescindibles de un buen amanecer . Hay decenas de ellas  esta madrugada  Existe también otro elemento esencial. La belleza de un amanecer   es directamente proporcional a la cantidad de óxido de carbono que flota en el aire. Cuanta más contaminación, el oro del sol será más sólido y profundo al inicio  del día .

Tenga la aurora dedos de rosa o sea la Ría un reflejo  de   color vino, la luz de calabaza, berenjena o melocotón estremece. 

Busco  el rayo verde en muchos lugares de mi vida. A  veces  lo  he descubierto en la  mirada  de alguna mujer, o en el fondo de un Jack's Daniels, O, como  esta madrugada  feroz, en la Ría de Bilbao.




1 comentario:

  1. Salvación por la belleza y salvamento de la belleza

    Con ese texto de Dostoievski que habla de la belleza salvadora, y que Juan Pablo II utilizó como título para uno de sus libros (sobre Juan Pablo II como dramaturgo habremos de hablar otro día) yo nunca había estado muy de acuerdo, pero ahora me doy cuenta de que eso se debía a que yo lo había entendido mal, como una especie de declaración de esteticismo. Hoy lo he entendido por primera vez leyendo esta entrada. Somos hombres mientras seguimos siendo capaces de percibir la belleza, porque es eso lo que nos diferencia de los animales, incluyendo tanto a los animales humanizados como a los hombres animalizados. Está muy de moda hablar de inteligencia animal, y quizá algún día los etólogos lograrán que un mono se comunique con un teclado de ordenador. ¿Pero podrá algún día un mono quedarse asombrado, y entresacar belleza de lo que a primera vista parece feo? No es que tengamos que salvar las cosas haciéndolas bellas o reconociéndolas como bellas. Lo que hay que salvar no son las cosas, sino la belleza misma, sobre todo de algo que es peor que la fealdad, y que es la vulgaridad: salvamento de la belleza. Y a través del salvamento de la belleza es como nosotros nos vemos salvados como hombres. Lo que nos salva no es la belleza misma, sino el salvamento de la belleza que nosotros hacemos.

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