Llego a Barcelona Sants y me siento en un hormiguero de gente que viene y va: asiáticos, europeos, yankis, moros...
Y mucha gente joven de diferentes tribus urbanas.
Todos llevamos y hablamos con el móvil.
¿Qué es hoy un adolescente sin teléfono móvil? Nadie. Nada.
Nos pensamos evolucionados, pero sigue habiendo unos ritos de iniciación . Voy en un vagòn repletode jóvenes con púas de gomina en el pelo, tatuajes, piercings. Otros, un poco más mayores, van alternativos, con camiseta y sombrero Sinatra.
Es viernes y a algunos les espera un fin de semana del primer alcohol, el primer sexo y tal vez la última droga de diseño. Ellos no lo saben , pero repiten las proezas de los héroes de ayer: van armados con una lanza para matar al dragón que tiene cautiva a una bella princesa. La lanza es el teléfono móvil y gracias a watsap el cobarde se crece con las copas, y escribe cosas que no haría cara a cara.
Pero también las princesas cautivas usan la misma arma y ya no necesitan ayuda de ningún héroe para escapar del dragón. Tanto ellos como ellas saben que sin el móvil no son nada.
Sin móvil esta gente, y nosotros , somos una mierda. Un Quijote sin lanza.
Esta cultura del móvil nos engaña haciéndonos creer que vivir consiste en estar pendiente de lo que hacen los demás, y que ser consiste en que los demás estén pendientes de lo que hacemos nosotros. Y así es como, en lugar de vivir vidas reales, nos acabamos transformando en seres ficticios, en humo de vapor.
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