La historia de Michael Clark Rockefeller , el más joven de los hijos del gobernador de Nueva York y vicepresidente de los Estados Unidos de América Nelson Rockefeller es de lo más inaudito.
Uno de los hombres más ricos del mundo , Rockefeller se graduó en la Universidad de Harvard con título honorario cum laude en 1960. Participó en una expedición del Museo Peabody de Arqueología y Etnología de Harvard para estudiar a la tribu Dani, localizada en el oeste de la denominada Nueva Guinea Neerlandesa por aquel entonces.
Tiempo después regresó de nuevo a Nueva Guinea Neerlandesa para estudiar más detalladamente a los Asmat y documentar su arte.
El 17 de noviembre de 1961, Rockefeller y el antropólogo holandés René Wassing estaban en una canoa de 12 metros y a unas tres millas de la orilla, cuando su embarcación se inundó y volcó. Sus dos guías nativos nadaron para ayudarles, pero tardaron en llegar. Después de esperar un tiempo, Rockefeller dijo a Wassing «creo que podré lograrlo» y nadó hacia la orilla. Wassing fue rescatado al día siguiente, mientras que Rockefeller nunca volvió a ser visto, a pesar de la búsqueda intensa y del enorme esfuerzo realizado para encontrarle. En su momento la desaparición de Rockefeller fue una noticia mundial.
No fue encontrado su cuerpo, y finalmente fue declarado muerto en 1964.
En 1979, la madre de Rockefeller contrató a un investigador privado para ir a Nueva Guinea Neerlandesa y tratar de resolver el misterio de su desaparición. Una madre no se rinde nunca.
El investigador privado canjeó un motor para bote por tres cráneos, de tres hombres que la tribu afirmaba eran los únicos hombres blancos que habían matado. Los Asmat eran antropófagos. La sorpresa se la llevó cuando vio a un negro , canijo, esmirriado , con una sonrisa que mostraba unos dientes blancos como las teclas de un piano, andando tan feliz y tan campante por la aldea. Iba desnudo bolinguis doing doing, llevaba un sombrero salacot , y unas botas atadas al cuello a modo de collar.
Aquel pelanas se había zampado al hombre más rico de la tierra. Mientras el detective lo observaba imaginaba a aquel pigmeo eructando después de relamerse los labios y sentir el sabor de los riñones de todo un doctor por Harvard. El interior de la tripa de ese guineano feliz valía tanto como el producto interior bruto (nunca mejor dicho) de su país desde sus inicios hasta nuestros días.
Llevaba colgadas al cuello una botas Timberland compradas en el Prada de la Quinta Avenida. Vendidas en el mercado de segunda mano con esas botas podría dar de comer a toda la tribu durante cincuenta años.
Y allí estaba el tío. Tan feliz. ¡Bendita inocencia!
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ESPACIO RADICAL LIBRE: SOBRE EL AMOR Y LA MUERTE
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