lunes, 12 de diciembre de 2016

UNOS DÍAS EN LAVALEN : TREINTA Y SEIS JUSTOS ( Y FIN)

Hay  una  inmensa nómina de justos que sin saberlo sostienen el mundo. 

Primo Levi, en uno de sus libros sobre su experiencia en los campos de exterminio de Auschwitz, cuenta cómo una noche los judíos se dan cuentan de que los van a matar. Enseguida se corre en el campamento la noticia, y cunde la desesperación. 

Pero no en todos. Las mujeres con niños que atender siguieron ocupándose de ellos como si no pasara nada, y tras lavar sus ropas la tendieron a secar en los alambres de espinos. Este hermoso y doloroso pasaje expresa fielmente esa inocencia activa que tiene que ver con la facultad de negar nuestro consentimiento ante todo lo que prolonga o justifica el sufrimiento del mundo. Las madres de las que habla Primo Levi no lavaban la ropa de los niños para acatar la disciplina del campo de concentración, sino porque esa era su forma de cuidarlos. 

¡Ay, las madres!: ¡ son un  ejército invencible. Nada ni nadie puede con ellas.  Lo hacían por dignidad, para sentirse vivas, para decirles lo que todas las madres les dicen a sus hijos: que nunca morirán. Su inocencia tenía que ver con ese compromiso capaz de abrir, incluso en el lugar más siniestro y oscuro, un espacio de esperanza.

Hace unos días  asistí al bautizo de Borja, un niño que nació con síndrome de Down. Sus padres lo llevaban con cuidado y orgullo. Como si su gesto contuviera la promesa de una resurrección. Eran los portadores compasivos de un  peso que se transforma en gracia. 

Pero ¿qué pasa cuando el niño que se lleva en los brazos está muerto? . Son miles los downs rechazados a la vida. El cuerpo de Borja al ser bautizado  recuerda el cuerpo de esos niños que se quedan dormidos en el sofá de sus casas y que sus padres llevan con cuidado en los brazos hasta la cama para que no se despierten. Solo que otros
Borja ya no despertará de ese sueño, ni volverá a sentir el tibio  dulzor de un beso. 

Tampoco llegará a conocer el misterio del paso del tiempo, ese misterio que un día le habría llevado a pronunciar sus primeras palabras de amor. En ¡Qué bello es vivir!, la película de Frank Capra, se nos dice cuán insustituible somos, y cómo hasta la vida más insignificante guarda el germen de la salvación de otras vidas. 

El hombre lleva siglos asociando la idea del heroísmo a la del sacrificio por un amor generoso  y la muerte, pero el verdadero héroe , estoy convencido, es el que prepara  apacible cada mañana para los que ama el pan reciente y el café oloroso del desayuno.

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2 comentarios:

  1. Vivir en los extremos es más fácil que vivir en el centro.
    No se trata de sobrevivir, se tratar de no dejar de ser persona humana. Esto vale también para el Betis. No se puede perder la identidad propia a en aras de la supervivencia.

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  2. Que post tan precioso, profundo y conmovedor. ¡Enhorabuena y muchas gracias!

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