sábado, 17 de diciembre de 2016

LA HUELLA INTENSA DE LOS OBJETOS QUE USAMOS.

Hay lugares  en el  mundo  donde  se  concentra  mucha  energía  condensada. Hay  ritos, acontecimientos, que hunden sus  raíces en el barro primordial. Y eso  tanto  para el  bien  como  para  el mal.

Hay  objetos  y utensilios cargados de una intensidad a veces  sagrada, otras  temible.

La he sentido  con personas  que emanan  una gracia cautivadora  transmitiendo  mucha paz. Y un amor  del que te sientes envuelto de  un modo  misterioso. Me  ha sucedido viendo  un confesionario. Un lugar  donde  el mal , sea  el  que sea, se redime. Allí  dentro miles y miles de personas  han desembuchado  lo peor de sí mismas. No hablo  de tonterías. El mal  , con toda  su fuerza aterradora de  egoísmo, de odio, de  frío. 

Y la  he sentido  , con un vértigo que  no  pude controlar, contemplando  al diablo poseyendo al codicioso, al  soberbio, al   lujurioso. Ese  vértigo  que me mareó en el despacho de aquel  hombre  del que intuía  su enorme vacío.

Sí, a  través de  ciertos  objetos  se puede  escribir  la historia  del bien y del mal. En ellos  se  posan todas las energías  de  las  grandes  pasiones, en las teclas de un órgano, en el sillón del banquero, en el reclinatorio del confesonario, en  el móvil  del psiquiatra, en la caja fuerte del empresario...el anillo que guardo  tiene la huella  vacía  de  un dedo  que prometió la  vida  hasta el final.

No sé si se  me entiende: hay  utensilios cargados  de un misterioso  poder  que  los  hace  sagrados. Cualquiera de  estas  cosas , personas, lugares, libera un aura. Es  cuestión de  revelarlos.

1 comentario:

  1. De mi abuelo Emilio recibí un fortunón de herencia.
    Sí, soy rico y trabajo, doy clases y conduzco por simple placer.
    No lo suelo contar ya que provoco grandes envidias, y este hecho limita mis relaciones personales.
    Mi herencia es un libro que se titula "camino al cielo", fue propiedad de mi abuelo y descansa en mi mesilla.
    En él me refugio cada vez que me pierdo, y tras una decena de hojas, me redimo.
    El caso es que no lo leo. Simplemente paso las páginas y me recreo en su tacto y en su olor. Entonces se me aparece su imagen en mi lóbulo derecho y me da la charle ta.
    Chaval, no tienes ni zorra idea. A ver si paras de hacer el canelón.
    Mira que te lo dije, o das sin esperar nada a cambio o eres un mindungui esférico.
    Qué cojones has hecho este mes por los demás. Nada ? Entonces eres eso, nada.
    ...
    Soy rico. Mis primos me han ofrecido fuertes sumas por ese libro.
    Algunos me han implorado para que se lo preste un tiempo.
    ...
    Pero si me acuesto y no veo el libro sobre mi mesilla, me dan ganas de mandarlo todo al carajo.
    Dependo totalmente de ese libro.
    Incluso estoy dispuesto a leerlo entero un día de estos.
    De momento me conformo con acariciar sus hojas y escuchar las broncas que me echan.
    A veces, ser abroncado se convierte en un placer muy intenso.
    Te despierta del letargo invernal y frío.

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