viernes, 29 de noviembre de 2019

ADIÓS.

Decir adiós cuesta. 

Solamente son cinco letras pero es una  de las palabras más difíciles con las que nos tenemos que enfrentar a lo largo de la vida tanto para pronunciarla como para recibirla. 

Uno, que ha vivido muchos años, y desde muy joven, en una institución donde te adiestraban a despedirte y ser despedido sin apegarte a personas y sitios, a despedirte de un día para otro. Sin homenajes, sin  que quede rastro de ti, a la francesa.



Era doloroso, pero al final creas una segunda naturaleza, haces callo, te insensibilizas.

¿ En cuántos sitios he vivido y he marchado?, ? de cuántos amigos me fui sin un adiós?

Hay adioses que liberan. Esos que se van gestando poco a poco, que son necesarios para seguir adelante.

Pero tiene sus ventajas. Esa mujer, Ana, que me dijo  entre lágrimas "vete". Y uno se va. Otra vez. Y no lloras. ¡ Me han expulsado de tantos corazones!

Conozco personas que sus adioses son traumáticos, con aristas , tremendos.  Esos adioses a la persona con la que han pasado tanto tiempo y que ahora ya no se quiere más…no podemos querer más porque nuestra vida juntos ha dejado de funcionar. 

Siempre me sorprendió ver esas parejas que tienen unas separaciones tan...tan bestias, tan " voy a hacerte la vida imposible". Sobre todo porque estoy convencido que ya en su primera relación esas cosas, esa manera de ser tan jodidamente egoísta, a nada que se esté atento, se perciben y se dan a conocer. Pero, claro,  se está enamorado, o se piensa " ya lo cambiaré"....y no. Nadie cambia: se mejora o se empeora.

¿Por qué no nos fijamos en como reacciona nuestra pareja cuando fracasa, cuando las cosas le van mal, cuando no se hace lo que ella quiere? Y sólo vemos lo guapa que es, o el dinero, o que es muy piadoso...

Esos adioses a los que se resisten, esos que se alargan, que se tapan con una cortina de lágrimas, esos a los que no queremos ni imaginar como sería  la vida sin esa persona…pero tampoco hay vida con ella. 

Esos adioses que van tomando forma poco a poco, como el que hace una maleta y va colocando poco a poco las cosas que necesita o incluso menos…despacio, sin prisa pero sabiendo que un día la maleta estará hecha, la cerraremos y comenzaremos ese viaje cerrando la puerta tras de nosotros. Y, una vez cerrada, toca secarse las lágrimas, respirar hondo y tirar de la maleta para ir a otro destino, en principio nuestra propia vida.

Otros adioses duelen. Los que hay que decir a personas a las que queremos pero se van lejos. Queridos amigos que han compartido años de vida, recuerdos, aventuras y momentos inolvidables. Esos amigos que por amor, trabajo, familia o circunstancias se van de nuestro lado a un lugar lejano donde no vamos a poder verles como deseamos. 

No es fácil tampoco usar esas cinco palabras para despedir a un amigo.

Y luego están esos adioses que nos matan un poco. Esos adioses que tenemos que dedicar a personas queridas que mueren. Esos adioses definitivos, esos que no podemos creer hasta que no llega el momento. Y que a partir de ese momento ya no vuelves a ser el mismo.

Esos adioses llenos de impotencia y llanto, de no comprender, de rebelarse, de no querer asumir hasta que, pasados unos días, miras un número de teléfono y eres consciente…nadie va a contestar. Se ha ido. 

Son adioses que nos quitan un pedacito de alma que se va con esa que ha marchado para siempre. Son adioses mudos, sin palabras pero que, si se gritara, ese adiós se oiría muy muy lejos.

 Y que desde entonces  dices " cinco años , dos meses y quince días...y contando".


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