sábado, 30 de noviembre de 2019

ERNI.

Fue en Lérida.

Él iba a ser mi jefe. Era el  director de primaria. No podíamos ser más distintos: rígido, de una voluntad roqueña, inflexible, con valores castellanos, diamantinos, recio, sin  grises, una voluntad de hierro y una fe profunda. La figura del santo Job  se le quedaba pequeña.

A mi no me entendía. Yo decía tacos, fumaba, bebía, y era de la opus. Eso era lo que más le costaba entender, y no era el único. ¿ Cómo podía pertenecer a la prelatura y ser así?

Yo, ya que estamos, tampoco lo entendía.

El choque de trenes estaba asegurado.

Un día le dije " dicen por allí que somos incompatibles, pero yo creo que somos complementarios".

Y así es. Somos- ¡ tantos años después!- amigos de verdad, de los que ni el tiempo , ni la distancia ha erosionado.

Nos conocimos y nos quisimos mucho.

La vida le había pegado muy duro. Alberto, su hijo, había fallecido de crío debido a un cáncer.  Y Alberto estaba en ese corazón, en esa familia, y en la vida, allí donde fuera. Sigue presente. 

Después, años después, con mi Manuela, lo entendí muy bien.

Salíamos mucho de excursión. Y siempre llevaba un hornillo para hacer una "huevarada", unos huevos fritos con chorizo, o lo que se terciara, en la cima. Y también una flauta. Mientras ascendía a la montaña tocaba distintas melodías. Cada una de ellas era el nombre de alguna de sus hijas o de sus hijos. Así, por ejemplo , "Alberto" era una melodía de tres notas. O Marta, de dos. O María, o Ester, o ...cada uno tenía su canción, su silbido de tres notas.

A mi me emocionaba muchísimos escuchar una y otra vez la la melodía de Alberto. Era parte del paisaje de esas excursiones, y de ese hombre.

También tenía la costumbre de recitar  en la cumbre " A un olmo seco ", de Antonio Machado. 

Esa familia, y ese hombre, no se entendía sin la música. Y así han salido. La mayoría son músicos, y todos artistas. Pero artistas de los de verdad, de los vocacionales, de los que oyen " anda, vende todo lo que tienes, y sígueme". Pura vocación.

Ese hombre no se entiende sin María, su mujer. Un corazón de lana. La que aunó los trozos rotos con su alegría, su sentido común, su saber esperar, su no pasa nada, su abrazar y querer a ese hombre  que, muchas veces lo he pensado, sin ella hoy estaría en un rincón diciendo "¿ por qué a mi, por qué a mi?".

Aprendí muchísimo de Ernesto. Ernesto, que éramos incompatibles, y resulta que no, que somos complementarios. Ernesto bueno. Ernesto que ha sabido cambiar y estar allí. Ernesto que ha perdonado. Ernesto que espera su abrazo de Alberto.

Y María. Porque decir Ernesto es decir María.




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