lunes, 10 de febrero de 2020

UNA VISITA AL HOSPITAL


Ayer fui a visitar a un amigo al hospital. Compartía habitación con otra persona. Hablamos.

De regreso pensé que  se reza más en el ascensor de un hospital que en su capilla. Y allí pensé en escribir este entrada.

Has corrido mucho y mal  en todas las direcciones, como una gata en llamas, que si has visto eso una vez no lo olvidas nunca. A ti el fuego del sexo te comenzó a devorar de muy cría.

Ahora estás en tratamiento psiquiátrico.

Siempre creíste encontrar lo que imaginabas como el amor de tu vida en el sexo. Lo primero que pedías, lo primero que entregabas como señal de tu amor, era el cuerpo, y luego te dabas cuenta que no se trataba de eso: que te  has relacionado con personas equivocadas, nocivas, que no han sabido mimar y apreciar tu cuerpo, que es más que sexo, y has acabado viéndote  ultrajada, despreciada.

Nadie te dijo una verdad que no sale en las películas: tu cuerpo es el vestido más bonito que te puedes poner, y lógicamente, la mayoría de la gente el vestido más elegante que tiene no se lo presta a cualquiera, ni lo da con manchas y arrugado, y aun así, si lo deja, ¿quién se pone eso?, ¿dónde lo lleva?.

 Te has cuidado poco, no te has hecho valer.

Y, como dijiste, siempre has recaído una y otra vez en el mismo tipo de hombre.

Pero hoy, con treinta y cinco años, la custodia de tu  hija perdida,  trabajando  lejos de ella (aunque te escapas una vez a la semana a verla sin que nadie lo sepa) , estás luchando sola, dispuesta a todo por volver a tenerla contigo. Y  me lo contabas  con  ese brillo en los ojos , que es la  señal de los que van a ganar la carrera. 

El brillo que tiene gente como Usaín Bolt segundos antes de llegar  a la meta.



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