miércoles, 23 de septiembre de 2020

AUTOBIOGRAFÍA.

Durante unos años en Barcelona atendí unas catequesis en el Barrio Chino. Una fue en una  escuela  de las Atarazanas, muy cerca de la calle Conde del Asalto. Otra en la parroquia de la Merced. Esos años allí, y en  visitas que hice acompañando a personas mayores que vivían solas y que me facilitaba el párroco de nuestra señora de Belén , supe de un mundo de sordidez, de gente que vivía a la deriva, que ni siquiera reaccionaban a los golpes.


Una tarde a uno de los chavales se le cayó un buen fajo de billetes.  Al final supe su procedencia: en una sala de juegos que está al lado del Liceo había una red de pederastia. Los críos, de doce a quince años, se apostaban en la puerta  esperando clientes que pasaban en coche, o andando, y negociaban a tanto la carnaza. 


Un anciano que vivía solo en un ático  tenía una bicicleta estática que usaba para no perder agilidad  y poder bajar y subir todos los días a hacer la compra. Me ofreció regalármela a cambio de que le visitase un día cada quincena. Tenía miedo a no poder bajar  más  y morir solo. Una tarde me enseñó un buen montón de revistas pornográficas. Me las fue enseñando y comentaba " a esta la he querido mucho".


Una mañana estaba charlando con el párroco de una  de esas iglesias y  se presentó  pidiendo comida una mujer joven, muy delgada.


- ¿ Otra vez embarazada?


- Si, padre.


" Si por mi fuera esterilizaba a su marido. Tiene SIDA y lleva seis partos con esta pobre".


Todo eso me espabilo y me  hizo ver que hay otras vidas, otros mundos que, supongo, Dios también tenía que amar. Hay una violencia y una crueldad que no vemos. Muchos náufragos que se ahogan en las olas de las bajezas en un mar  sin orillas. Boyas a merced del océano. Todos han crecido demasiado deprisa, en una precocidad animal, salvaje, instintiva que serás arrastrada por la primera borrasca.


Y en medio de toda esa galerna uno también de aquí para allá, a  la deriva, sin saber exactamente qué hacía, víctima de mi mendacidad y lujuria. Descubriendo en la sordidez un  revelaciones fatales, cayendo brutalmente en contacto con una sexualidad fuera del único clima que la embellece , y que pagué muy caro.


La  disociación de la revelación sexual y de la revelación amorosa constituyó para mi un drama. 


Sí, yo también andaba en el desvarío, y no me entendía.   Lo que debía ser luz y alegría en mi era sucio, oscuro, muy triste.



4 comentarios:

  1. Si Suso, pero seguro que también has visto «galernas» en Pedralbes, La Cerdera o en Cala Romana, y de esas que haberlas las hay a montones y para mí como que son tanto o más «galernosas»

    Soy Tomás (el nuevo de Albatàrrec, juas ) -con otra cuenta-

    ResponderEliminar
  2. Insisto: no seas demasiado severo en este ajuste de cuentas contigo mismo. No sería justo.

    ResponderEliminar
  3. Totalmente de acuerdo. Desde peru

    ResponderEliminar