Cuando era pequeño me pasaba horas a solas en casa jugando con pequeños muñecos de indios, vaqueros, y ejércitos de soldados yankees.
Eran unas pequeñas piezas de plástico, con una base gris que permitía sostener al combatiente. El resto lo ponía la imaginación.
Con las sábanas, ideaba montañas, valles, desfiladeros, y perdía el sentido con guiones absolutamente desquiciados.
Pero siempre terminaban igual esas batallas: ganaban los indios.
Me daban mucha pena, la verdad.
Había uno de ellos que, en fin, de ser en la vida real, el pobre no hubiese durado diez segundos: tenía una pierna mordida (yo era un niño nervioso, de los que se comen las uñas, los pellejos de los dedos y mordisqueaba los tapes de los bolis).
A ese indio le había pegado una buena soba de mordiscos, y el hombre estaba con una pierna bastante jibada. Además, tampoco tenía arco, aunque sí la pose de disparar una flecha.
Y, para colmo, tenía las piernas inmensamente arqueadas, pues el caballo que debía galopar con nuestro sioux por las praderas, a saber dónde cojones estaba. Y en qué situación.
A ese indio, no me preguntéis la razón, era al que peor trataba: se caía por barrancos, le zumbaban a gusto los yankees, le disparaban desde los carromatos y caía mordiendo el polvo...¡pero siempre ganaba!
Siempre es siempre. Ganaba, además, cuando todo estaba perdido. Era fácil: lo cogía con mis dedos, y con ruidos guturales que acompañaban la hazaña, el cojo, manco, y jodido indio, se liaba contra todos, repartía guantazos a diestro y siniestro, se montaba sobre el caballo del mismísimo general Custer y, encima, se largaba con la bella Lucy, la hija de Cawright, el dueño del Arizona.
Por supuesto, fue Lucy la que le pidió irse con él, enloquecida de amor por Pluma Rota.
Por supuesto, fue Lucy la que le pidió irse con él, enloquecida de amor por Pluma Rota.
Así fue, hasta que un día caí en la cuenta que eran muñecos, y me fui con otros indios, otros carromatos, otros Custers, y otras Lucys.
Ese cambio fue muy duro, porque esos no se dejaban.
Muchas veces he pensado si Dios no será así: un Señor que juega sobre una sabana a indios y vaqueros, y que , no se sabe por qué, le zurra más, al que más quiere.
Pero al final siempre gana el pobre indio.
Pienso en gente enferma. No se merecen lo que está pasando. Nadie entendemos las razones de todo esto.
Son las seis de la mañana, y le pido a Dios que se acuerde de mi pobre, triturado, mellado indio.
Ayer tuvimos un subidón de visitas.... en fin, misterios.
Son los de la coca-cola, que estan estudiando ponerte publicidad.
ResponderEliminarTienes la polla pequeña, por esta razón te acuerdas de lo subnormal que eras.
Debe deducirse que tú grande y por eso no aprendiste nada de pequeño y así sigues?
EliminarQué pene...digoooo... qué pena
Será eso... y que tú me lees a diario.
ResponderEliminarGracias, no dejes de hacerlo.
Veo los datos de visitas... y son impresionantes. El acumulado histórico supera el millón de visitas. Me parecen unas cifras brutales. Y el tránsito diario, no está nada mal. Así que: felicidades!
ResponderEliminarHablando de visitas. Te lo comento por si no lo sabías. Existe la opción de saber bajo que criterios de búsqueda la gente accede al barullo. Es una opción muy interesante porque revela una información muy valiosa (conocer los intereses de los que realizan la búsqueda). Si no lo has hecho... explora esta información, pues da muchas pistas...
Muchas gracias por tu información, y tu interés.
ResponderEliminarLa verdad es que tendría que dedicar un poco de tiempo a ordenar el blog.Y a buscar alguien que me explique... pero la vida me puede.
¡Lo haré!