Hay paisajes que están allí desde antes que hubiese humanidad .
Al menos así me gusta pensarlo.
Bosques, nieblas, montes, nubes , causan efecto incluso si nadie los ve.
Esto es tan cierto como creer que las oraciones de un monje son importantes aunque no las oigan aquellos por quienes rezan.
Escribimos una carta a una persona querida y la llevamos a correos. En el instante en que la echamos al buzón pensamos en su destinatario y nos invade la preocupación de si le llegará.
Sea como sea, resulta consolador pensar que, llegue o no a su destino, la carta la hemos escrito.
Es un sacrificio que hemos ofrecido, aunque nadie la lea. Pero en el interior sí lo hicimos.
Algo parecido ocurre con nuestra preocupación por los ausentes. Tal vez no nos lleguen nunca noticias de ellos, tal vez hasta varios años más tarde no nos enteremos de que murieron .
Y parecerá absurdo que estuvimos angustiándonos por una persona convertida en cenizas hace ya tiempo. Pensábamos en ella como si estuviera viva.
Así nos movemos, existimos, y somos: en lo que vemos y no vemos.
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