Lo cuenta Mark Twain en su Autobiografía:
“Una robusta quinceañera me preguntó si «usaba tabaco», queriendo decir si lo mascaba. Le dije que no y ello provocó su desprecio. Llamó sobre mí la atención de la multitud diciendo: «Aquí hay un chaval de 7 años que no puede mascar tabaco». Por las miradas y los comentarios que esto provocó, comprendí que yo era un ser despreciable y me sentí cruelmente avergonzado. Tomé la decisión de reformarme, pero sólo conseguí tener ganas de vomitar; no podía aprender a mascar tabaco. Seguía siendo un desgraciado sin personalidad”.
Leo a Twain- ¡grande hombre!- y me reconozco en mi adolescencia: yo también he querido ser como los demás...me la he comparado a ver quien la tenía más grande. Y, nada, una vez y no más, santo Tomás. Me encontré con un manojo de pollas que desdecían del cargo y posición de la mía.
Conocí días en mi empresa que nos facilitaron un móvil nuevo. A cuenta del tema había una serie de movimientos en busca del móvil “ Pirulo”, cuando uno lo saca, lo tiene más chulo.
Corre la especie en algunos de que a mayor responsabilidad, mejor móvil. Y en eso están.¡Valiente idiotez!. Yo tengo una mierda de celular y da igual.
No se dan cuenta que cuando llamas nadie conoce la marca de tu teléfono, pero sí la “marca” del que llama.
Son condicionamientos de nuestra adolescencia, ser como los demás, no cantar, tenerla más grande.
Al final los padres pintan poco en la educación de su hijo. Manda el grupo donde se desenvuelve. El objetivo de un niño no es convertirse en un buen chico, profesional serio y competente, buen mozo, agradable y atento, con virtud, carácter, talento y posición.
Eso es lo mismo que pensar que el objetivo de un prisionero es convertirse en un buen funcionario de prisiones. El objetivo de un niño es convertirse en un tío que tenga éxito y que marque paquete en su tribu. Si uno se siente rechazado crece la inseguridad y baja la autoestima. «Has sido juzgado por un jurado de iguales y se te ha declarado palizas, o guaperas, o divertido, o mono, o empollón, o gamberrete».
Jamás se supera algo así. Que tiene razón lo ilustra el caso de Jean-Paul Sartre que poco antes de morir todavía contaba a Simone de Beavoir una anécdota de su entrada en la escuela secundaria. Durante una excursión, una compañera le gritó: «Feo, ceporro, con gafas y con gorro». El pobre no lo había olvidado , años después.
Conocí un profe de esos que sí saben, que era un sentencias, el tío. Una era, «si te preocupan las notas de tu hijo, debes interesarte por las notas de los amigos de tu hijo».
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