Ha costado darse cuenta que los ideales a los que uno entregó su vida son los que después uno tiende a despreciar, a mirarlos con cinismo, incluso a odiar.
Que las cosas que afirmo con mayor vehemencia son aquellas a las que más me he resistido y más he tardado en aceptar.
Hasta que descubres que eres un interior de pasillos largos, habitaciones vacías y soleadas, silencios en las estancias interiores del piso de arriba, áticos explorados en solitario, ruidos distantes del goteo de las cisternas y el silbido del viento bajo los tilos.
También ese pasado es el humus , el fiemo que alimentó el árbol de mi biografía.
Y eso está muy bien, a condición de no ponerlo encima de la mesa.
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