“Un
día en que se ejercitaba al piano, el joven Glenn Gould —contaba a la sazón
catorce años— hizo un descubrimiento memorable.
La
asistenta que estaba limpiando la habitación puso de repente el aspirador en
marcha, muy cerca del piano. El ensordecedor ruido mecánico obliteró de
inmediato el sonido de la música, pero, para gran asombro del pianista, esta
situación no le resultó en absoluto desagradable.
Dejó
de oír lo que interpretaba; en cambio, le resultó de repente posible seguir su
música desde el propio interior de su cuerpo, gracias a una conciencia más
aguda de sus gestos; y toda su experiencia de la ejecución adquirió otra
dimensión, a la vez más física y más abstracta: la fuga que estaba
interpretando se veía transmitida directamente de sus dedos a su cerebro”.
Glenn
ni se enteró del estruendo de la máquina.
“Podía
imaginar los sonidos que yo producía- afirmó después- incluso sin oírlos”.
La
anécdota la cuenta Peter Oswald, amigo de Glenn, músico, y psiquiatra,
Oswald
profundiza desde su condición de psiquiatra hilando fino...
“Al
anular la música, el ruido mecánico del aspirador desplazó la atención de
Gould, y la encauzó hacia las sensaciones internas de su cuerpo, permitiéndole
ignorar los efectos acústicos de lo que tocaba.
Fue
como un viaje hacia el interior de sí mismo, y fue intensamente
placentero... Igual que determinadas formas de meditación, las visiones, la
hipnosis y otras técnicas para alterar súbitamente los estados de conciencia.
Esta experiencia parece haber revelado a Gould un aspecto desconocido del
fenómeno musical. Fue como una epifanía, esta especie de high emocional
que los adolescentes (y también otras gentes, por supuesto) alcanzan en
momentos en los que son particularmente vulnerables y que pueden cambiar su
vida de manera decisiva”.
¡Para
el carro!, me dije al leer esta última frase: la especie de chute emocional que los adolescentes ( y tambien otras gentes , por
supuesto) alcanzan en esos momentos en los que son particularmente vulnerables
y que pueden cambiar sus vidas “de manera decisiva”.
Conozco
esos estados que he vivido en distintas ocasiones. La más duradera e intensa con Juan Pablo II en el balcón del
cortile de San Dámaso. Se paró el tiempo, no escuchaba la masa cantar, sentí la
temperatura de las manos del Papa de una
manera extraordinaria...
Lo
que da miedo es que, efectivamente, se pueden dar en gente que está en momentos
particularmente “vulnerables” y eso significa, también “manipulables”.
Estos
días recuerdo de una manera muy intensa ese estado, y esas manipulaciones.
Aunque
no siempre.
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Detalle de Plaza Espana, ayer.
¡Bien dicho Suso!
ResponderEliminarAhora me explico por qué Gould toca las variaciones Goldberg de esa forma tan abominable: como si tuviera una prisa loca por acabarlas cuanto antes para irse a tomar el vermú. Si te ponen un aspirador al lado ¡es lógico que quieras salir de allí cuanto antes!
ResponderEliminarBasurde 23 de febrero de 2014 19:20 Suso:gracias por tu página
ResponderEliminarYo también me acuerdo.
ResponderEliminarVinu