De repente, otra vez, el Oso Hormiguero del Terrorismo sacó su larga y viscosa lengua sobre la vida doméstica de la gente que iba a sus cosas de cada día: sus labores, amores, alegrías, tristezas , proyectos, ilusiones, querencias, manías.
Alguno estaría desesperado , maldiciendo haber perdido ese metro que le hubiese llevado a una entrevista de trabajo a la que nunca llegaría. Otro esperaba desconsolado el avión que le llevaría a visitar a su madre diagnosticada de un cáncer terminal.
De repente , la vida se viene a
fundido en negro por ese animal fanático sin dientes, pero con una lengua de odio capaz de atrapar 35.000 hormigas al día.
Las afiladas garras del terror abren los agujeros en nuestra sociedad y , ciegos, actúan sin miramientos: sacan y meten la lengua pringosa hasta 160 veces por minuto.
Un detalle de estas bestias: los osos hormigueros nunca destruyen un nido de hormigas, sino que prefieren volver a él en el futuro para alimentarse de nuevo.
Y también es cierto que son ciegos. Para encontrar sus presas estos animales no se guían por la vista-que en su caso es escasa-sino por el olfato. Metáfora inquietante : es nuestro olor, que es nuestra manera de vivir libres, lo que desprecian.
Ayer ,en un hormiguero de Bruselas , el Oso Oscuro devastó la vida sencilla de gente pequeña y normal , de todos los colores . Y lloramos en el mismo idioma, porque el dolor sólo gime una jerga que entendemos todos: las lágrimas son su caligrafía, el llanto las notas musicales de ese pentagrama escrito en clave que todos conocemos de nuestras clases de solfeo.
Descansen en paz.
Descansen en paz.
LA BANALIDAD DEL MAL
ResponderEliminarAyer por la mañana, la noticia de los atentados, que ya fuimos siguiendo desde las ocho de la mañana, me llenó de horror y consternación. Pero hoy ha salido una nueva noticia que ha desalojado el lugar que ayer ocupaban estos dos sentimientos para llenarlo de otro sentimiento: el de pena. Ha sido la noticia de que los dos terroristas suicidas eran hermanos.
Cuando la filósofa judía Hannah Arendt –que había huido de los nazis y se había establecido en Nueva York– en los años sesenta viajó a Israel como reportera del New York Times para cubrir el juicio a Eichmann, acuñó el concepto de „la banalidad del mal“. Eichmann era el alto funcionario nazi encargado de organizar la logística del transporte en ferrocarril de los judíos a los campos de exterminio, y de forma indirecta fue responsable de la matanza de cientos de miles de personas. A Hannah Arendt le habían advertido que, durante el juicio, Eichmann iba a estar encerrado en una jaula de cristal irrompible. La filósofa fue al juzgado esperando que se iba a encontrar a un Hannibal Lecter (a quien también trasladan siempre enjaulado), a un Darth Vader o a un segundo Hitler. En fin, a un monstruo. Pero cuando llegó al juzgado, ¿a quién se encontró encerrado en la cámara de cristal? A un „don nadie“, o como ella dijo en el inglés original: a un „nobody“.
Eichmann, que fue el horror de un pueblo entero, resultó ser un hombre insignificante, un cero, un „nobody“, un imbécil para cuyo cerebro de cretino no había ninguna diferencia entre transportar mercancías a puestos de suministro y transportar seres humanos a campos de exterminio. „Yo era una parte dentro de la maquinaria. Yo hacía mi partícula, y los demás hacían las otras partículas“: así se definió a sí mismo durante el juicio, dándole al juez detalles del transporte de prisioneros como el subalterno que reporta ante su superior.
La „banalidad del mal“ (a la que se también se refiere Woody Allen en su última película) significa que la causa de las grandes monstruosidades no es una especie de maldad diabólica, sino una miseria humana que, bien mirada, da más pena que otra cosa.
Este tema de los terroristas como engañados y manipulados, y en el fondo como „don nadies“, lo trata también Dostoievski en „Los demonios“.
Cuando viví en el País Vasco en los años ochenta, yo no sentía odio hacia los terroristas de ETA: sentía asco.
Hoy, cuando he leído la noticia de que los terroristas suicidas eran hermanos, tras la consternación de ayer he sentido pena. A mí el horror me lo causan las víctimas, pero los terroristas no me producen miedo y ni siquiera alerta: lo que me producen es pena.
Os dejo una foto de Eichmann durante el juicio, encerrado en su cámara de cristal, erguido y tieso como un subalterno y vistiendo un traje que se le ha quedado grande, con unas hombreras que acentúan por contraste la escualidez. La foto de un „don nadie“. Cuando vemos la foto de los terroristas de ayer arrastrando por el aeropuerto sus carritos de equipajes llenos de explosivos, ¿qué vemos en esa foto? Vulgaridad.
http://media.gettyimages.com/photos/adolf-eichmann-s-trial-on-april-14th-in-jerusalem-picture-id107414141
¡Grande Quilombo!
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