martes, 8 de marzo de 2016

ODIO

Hubo  un  tiempo  que  uno iba  a galope de sí mismo , sin riendas, bridas ni bocados , estribos y montura. Uno mismo  se  autoespoleba   hiriéndote con las puntas de tus  botas.

Después  alguien nos embridó, y fueron otros  los que  clavaron las  puntas  de  sus  espuelas , nos  tascaron el freno, y la doma  se  hizo carne.

Alejandro  Magno  observó que Bucéfalo tenía  miedo  de  pisar  su propia sombra. Enloquecía . Así que  lo encaró  hacia al sol para  que no viese su silueta. Así consiguió domarlo. Sin làtigo   ni  botas con espuelas  de seis  puntas.

La  leyenda  decía que  quien consiguiera    montarlo conquistaría el mundo.

Se dice  que " caballo  que vuela  ,  no  necesita  espuela".

Se  puede  aplicar  también a las personas. Tal  vez  a algunos  nos  han hecho  un flaco favor  con herrarnos , y sacar  el  flagelo del  domador.

Hay  una  educación  que deja  cicatrices de  por vida.

Me  gustaría  saber  de  qué   armazón interior  está  mimbrado el  interior de Pablo Iglesias.  Ese  hombre  odia, y habla  desde el odio, espoleándose  a  sí mismo, a los  suyos, y  a  los  demás, con el  mismo  furor  que Mesala ustiaba a  sus caballos.  

El odio político, ya   lo  sabemos, no resuelve ningún problema. La soflama incendiaria huele  a  casa  vieja, a coliflor hervida de  otros  tiempos.

Antes  , en las  corridas de toros , el respetable, fuera de sí, gritaba desaforado "¡más  caballos!, ¡más caballos!" . Levantaban  las botas de vino , borrachos  de furia, mientras varios pencos con las vísceras al aire garreaban  coceando al aire   sus últimos estertores  en la arena.

Y por    plaza  iba  espoleando  los bajo instintos de la   masa, Pablo  Iglesias  , como Manolo  el del  bombo.

Esa es toda  la  estrategia de  este hombre.

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EN LO SECRET0: LO ÚNICO QUE IMPORTA.

3 comentarios:

  1. Un tal Manuel Vicent te ha hecho un copi pega en la contraportada de un diario de tirada nacional del domingo pasado.
    Deberías mandarle a tus padrinos, o en su defecto vamos el Toi y yo.
    Y poner orden.

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  2. Tranquilo, somos de los que sabemos que al glosar al valensiá del Vicent, le homenajeas.
    El calvete tiene estilo propio; ilustremos con un ejemplo.
    ...
    El día que me asesinaron, los conocí.
    Uno era un fotógrafo sevillano, y el otro un albañil de La Corte.
    Por las venas de ambos corría sangre musulmana, visigoda y filistea; unos toques griegos y una pizca de romana, hacían de que de sus entrañas resurgitase el producto nacional bruto: odio en estado puro.
    Llegaron al huerto de mi casa saltando una tapia, al viejo estilo de los bandoleros de Sierra Morena. En sus cintos portaban sendos cuchillos de caza, los mismitos con los que sus tatarabuelos habían degollado a las tropas del Emperador Napoleón.
    Supe que era el último día de mi vida, pues en el brillo de sus aceros se escondía la venganza trapera dormida durante mil años de mezclas de razas.
    Unos cabroncetes.
    ...
    Con la escusa de no se qué copia y pega, y enarbolando la oscura bandera de una mal entendida fidelidad a un tal Suso, los muy animales desataron sobre mí el mismísimo Infierno de Dante.
    No eran sus manos las que me asestaron las treinta cuchilladas, sino las de los cabrones de sus ancestros.
    Mil años de venganzas, desafíos y traiciones, no se olvidan con facilidad.
    Ellos seguramente eran buenas personas, respetuosos maridos, entrañables padres y ejemplares conciudadanos; pero al igual que los toros bravos de esta piel que pisamos, se enardecían con el olor a sangre, ardían con el odio que llevaban encriptado en las revueltas de su ADN español.
    ...
    Me dispuse pues a morir; pues el ataque a traición y el cobarde factor sorpresa, así lo determinaba.
    ...
    Agonicé entre los almendros de mi huerto, siendo mi último estertor empleado en insultar a los dos asesinos. Las tradiciones hay que mantenerlas.
    ...
    Vi una luz brillante, fogosa, semejante a una divinidad etrusca. Luego aparecieron las Sibilas y un coro de sirenas sicilianas, todas ellas ataviadas con lienzos de lino de una blancura divina.
    Las oí entonar viejas melodías fenicias, que me hicieron recordar el sonido del útero de una ballena azul al parir.
    ...
    En el fondo no les guardo rencor a ese par de cabrones que me asesinaron.
    Si lo pienso bien, me arreglaron el día.
    O al menos, me lo mejoraron.

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