Me sucede a veces.
Cuando acaba el día, me gustaría tener a alguien cerca. Sentir un cuerpo, un aliento abandonado al sueño, una mirada a milímetros de mis ojos.
También , en ocasiones, guardo las distancias y fingo que no me preocupan los demás, que me gusta vivir solo. No es más que una sarta de mentiras. Una comedia que represento,pues es un papel que represento muy bien.
Siento una envidia inmensa cuando veo esas personas que han elegido la buena compañía que quieren que estén cerca; y cuando les ha tocado esa lotería , se quedan junto a ellas para siempre.
Aunque les hagamos daño. Porque es inevitable hacerse daño. No importa. Ya perdonaremos. Ya pediremos perdón. Si es amor, habrá perdón. La gente que se queda contigo cuando el día llega a su fin, es la que merece la pena conservar. Aunque a veces cerca, es demasiado cerca. Porque , a veces, la invasión de tu espacio personal es lo que necesitas.
Cada una de tus alegrías, de tus pequeños actos de amor, incluso de tus ganas de portarte bien, es una figura de una vidriera.
Nuestra muerte es el plomo que sujeta el conjunto.
Pero mi vidrera, ¡ay!, ¡tiene muchos cristales rotos!
Es conocida la anécdota del niño que visitando una catedral con su madre le señaló las vidrieras pregunta que era eso, a lo que la madre le contestó que eran los Santos y Santas de Dios.
ResponderEliminarDías más tarde en la escuela preguntaron que eran los Santos, a lo que el niño contestó que eran los que dejan pasar la luz a través de ellos.
Pues si quitas los cristales no veas!!
¡Gracias!: no conocía la anécdota.
ResponderEliminarEs muy buena