martes, 28 de julio de 2020

CAERSE DEL BURRO.

Madurar” es un verbo regular que viene de serie en el ser humano aunque en mi caso, y en el de bastantes, me temo, va por libre.

O sea, que no sé cómo va. 

Es fácil saber cuando madura un cuerpo o, incluso, una idea. El problema está en saber cuándo madura uno. Mis padres me trajeron frito con este asunto. Y alguna mujer. Y algún cura.

- Eres un inmaduro...¡coño!

Está claro que maduramos con la plenitud de nuestros órganos sexuales pero la pregunta del millón es ¿cuándo maduramos de verdad, cuándo se cae uno del burro?

Creo que no se madura a base de cumplir años sino a base de problemas resueltos, miedos superados, éxitos disfrutados, corazones rotos, caídas desde lo que creíamos tierra firme, límites asumidos, intentos fallidos y ganas de seguir conociéndonos.

A base de ustiés.


Pero también con caricias porque también así valoras las cosas No somos inmaduros por reír a carcajadas, ser ingenuos , llorar en público o no querer soltar de la mano al niño que fuimos. Al fin y al cabo, esa parte infantil es la que nos hace seguir y limpiarnos la herida con saliva y , venga, palante.

Hay personas que se han hecho viejas sin madurar porque dejaron ir al niño que fueron y se sienten como Garfio en un mundo de Peterpanes.

La madurez va llegando sola, con calma y sin forzar. Cuando se descubre la gracia a asentir sin tratar de imponer. Es elegir sin complejos, reírse de uno mismo, no culpar a otros de nuestros fallos, saber marchar cuando sabes que sobras, y entender que lo realmente importante son muy pocas cosas.

Maduras cuando lo que antes te parecía un mundo, te cabe en un puño, cuando te importa un huevo lo que antes te habría afectado profundamente y cuando entiendes que son muy pocas las guerras por las que luchar. Y cuando, de la mano del niño que fuiste decides, después de limpiarte de nuevo una herida con saliva, que ya no vas a madurar más.

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