“ Sin agenda no soy nadie”, me comenta un amigo. Y uno no sabe qué contestarle: nunca supe usar una agenda. Tener he tenido muchas, casi era un propósito de finales de año : en enero me compro una agenda y ordeno mis cosas. En febrero la agenda era una cosa que estaba en algún rincón de la habitación, olvidada y sin sentido.
Un hombre vale más sin agenda que con agenda: lo inolvidable no se anota en las agendas. Inolvidable no son las fechas de cumpleaños, o sí, o el aniversario de bodas, o sí…inolvidable son las caras, las historias intensas de nuestra biografía, los compromisos que nos entusiasmaron.
A veces se recuerdan las fechas, pero no es eso lo importante.
Inolvidables son pocas cosas. El problema de las ciberagendas está en que tienen una memoria donde caben muchos contenidos y, al final, están repletas de gilipolleces. Me revienta que el día de mi cumple me llamen tipos que no recuerdo y que sé que lo hacen porque su mega agenda ha sonado con un pí pí pí y le dice que es mi cumpleaños. A esa gente no les invito a mi fiesta: ni fantas, ni cocacolas, ni chuches.
Lo peor del igualitarismo no es tener que compartir lo mío con los demás, sino verme forzado a compartir lo de los demás.
Eso es una vulgaridad, y no hay que bajar la guardia contra ella, porque se cuela con mucha facilidad.
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