jueves, 14 de enero de 2021

VOLAR LEJOS. EL MUÑECO DE TRAPO.

"El cielo a medio hacer" es un a antología de poemas de Tomás Transtromer, premio nobel de poesía. En ese libro, al final , añade un texto autobiográfico con escenas de infancia y juventud titulado " Visión de la memoria".


Me gustó muchísimo los momentos interiores en que recoge la forma en que se enfrentó y lidió con los abusos de un chico mayor durante los años de la escuela primaria.


"Cuando se acercaba, yo fingía que mi Yo había volado lejos y que lo único que había quedado era un cadáver, un trapo que él podía manosear como quisiera. Entonces se cansó.


Me pregunto qué ha significado para mi existencia el método de transformarse en un trapo sin vida. El arte de ser atropellado, conservando el amor propio. ¿No lo habré utilizado en exceso? A veces funciona, a veces no». 


Me acordé de la pobre mujer violada por Neruda. 


Una estatua. Un trapo que se puede manosear. Un alguien inerme que " volaba muy lejos".


En Guatemala tuve una experiencia que me recordó estas otras.


Una tarde vino una indita a mi casa con una guitarra. Quería que le enseñara a tocar unas canciones para la misa. Era una religiosa joven. Pertenecía a una congregación religiosa fundada por una estadounidense. Su carisma era la ayuda a las parroquias misioneras, y estaba formada por monjas indígenas. Eran personas muy sencillas y entregadas al servicio en las aldeas , vestidas con hábitos estampado.


Creo que era una novicia.


Vivía solo. Y, aunque imaginé que la hermanita no tendría permiso para estar a solas con un hombre, la dejé pasar. Comenzamos la clase y poco después se puso a llover a cántaros. Como llueve allí. Aclaro que a uno las tormentas torrenciales le ponen. Me activan sexualmente. En un momento determinado nos miramos.


En fin, supe que podía pasar cualquier cosa. 


En otras circunstancias, en otros años, estoy seguro que hubiésemos salido cenizas de esa habitación. Y también que esa mujer estaba dispuesta a todo por salir de esa cárcel en la que se encontraba, y que yo conocía bien. 


Incluso a hacer la estatua. Incluso a volar muy lejos de allí a cambio de que fuese en mis alas.


No fue de Dios. Y pienso que no hubo, al menos por mi parte, virtud. No se trató de eso. Fue que esa lección ya la había aprendido. Por entonces ya conocía, ¡ ay!, el amargo dulzor de ciertas caídas.


Le acompañé a la puerta y nos despedimos. 


No volvió a por más clases.


Después, cuando regresé a España, me escribió pidiendo dinero a para atender a su familia, y así lo hice durante un tiempo.


























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