miércoles, 10 de febrero de 2016

EL REY DESNUDO.

Una anécdota leída en alguna parte: varios visitantes del Guggenheim de Bilbao contemplan una silla con la concentración reverencial de quien intenta descifrar las honduras de una obra de arte moderno. 

En eso llega un bedel que se sienta y abre el Marca. 

Otra anécdota: en el Tate, en Londres, una señora de la  limpieza , Paqui   Churchs encontró en una sala una bolsa de basura y claro, la recogió con el mocho, y la tiró mientras cantaba Yelow Submarine.

Hubo que rescatarla del vertedero –la bolsa, no a la limpiadora. Al parecer no era basura, sino, un montaje de enorme importancia artística y título absolutamente pedante. 

He discutido  con gente del arte y de la arquitectura sobre este tema y te dicen que  cuando veas una obra así no te tienes  que preguntar nada. Déjate llevar.

Yo creo que cualquier  espectador no puede soportar  sentirse inferior, como tratado como un idiota,  si no comprende  una obra. Aunque no te  preguntes nada  y  te  dejes  llevar, coño.

Yo tiraría  al cubo de la basura  muchas cosas  que no me gustan del arte, de la literatura, del cine, de  la política...hay días que me tiraría  yo  mismo.

 En realidad es  lo  del rey desnudo: "eso   no es una obra  de arte, es una mierda".

Pero como hay toda  una industria que  avala a través de los críticos  comprados por las editoriales, las productoras, la prensa escrita o digital,  toda es porquería, negar su genialidad resulta demasiado audaz.

 A ver si diciendo que esto es una bolsa de basura quedo como un gilipllas. De este complejo del espectador vive el arte moderno, pero también la literatura: hay obras tan impuestas por el canon que nadie tiene cojones para tirarlas al cubo de basura.

Un ejemplo, cualquier novela de Javier Marías.



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