En la peatonal donde vivo en Sant Cugat se escuchan las campanas del Monasterio , los cuartos y las horas, todos los días .
A primera hora de la mañana, con la salida del sol, las campanas de la iglesia dan dos o tres trallazos , los cuartos , luego, una detrás de otra, tañían con una cadencia lenta y melancólica. No molesta ese sonido que apelmaza la madrugada y le deja a uno acurrucado en las sábanas con un palmo de narices. El ambiente es indescriptible, de una indiferencia total.
Después escuchas los ruidos domésticos con el que cada calle despierta : bullicio de niños, un ruidito de cucharillas del café de abajo, el abrir las tiendas y los saludos de los vecinos.
Vivo en un entresuelo . La vida aquí es de gran calidad. No hablo de la tontería de la "calidad de vida". Es otra cosa. El bar de abajo , donde hay biblioteca, venden antigüedades, objetos raros, prepara un café excelente. Un señor enciende un farias , de humo delicioso, absolutamente acorde con el perfume del café. Está feliz.
Paseo hasta la Estación. Ninguna molestia excesiva. La felicidad debe ser esto. ¿Quizás es algo más? Allí voy en los Ferrocarriles hasta Sarriá.
Observo los pasajeros. Aquí hay héroes y villanos. Hay personas que, cuanto más compleja es una situación, cuanto más difícil es, por ejemplo, la situación familiar, con más fuerza reaccionan y con más resolución la encaran; otros, en cambio, quedan alicaídos, dubitativos y abandonan la partida con una gran facilidad.
Independientemente del éxito o del fracaso, hay quien tiende, instintivamente, a caminar hacia adelante; otras tienden a la huida, a la retirada. ¿Quién es quién en este vagón?.
Entran en la Floresta dos jóvenes riéndose. Celebran que se han colado.
Estos son de los míos, pienso.
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