viernes, 13 de enero de 2017

UNA AMANECER CUALQUIERA.

En la  peatonal donde  vivo  en Sant Cugat  se  escuchan   las campanas del Monasterio  , los cuartos y las horas, todos los días .

A primera hora de la mañana, con la salida del sol, las  campanas de la iglesia dan  dos o tres trallazos , los  cuartos , luego, una detrás de otra, tañían con una cadencia lenta y melancólica. No molesta ese sonido que  apelmaza  la madrugada  y le deja  a  uno acurrucado en las sábanas  con un palmo de narices. El ambiente  es  indescriptible, de una indiferencia total.

Después escuchas  los  ruidos domésticos  con el  que cada  calle  despierta : bullicio de  niños,  un ruidito de cucharillas  del café de abajo, el abrir las  tiendas y  los saludos de los vecinos.

Vivo en un entresuelo . La  vida  aquí  es de gran calidad. No hablo de la  tontería de la "calidad de vida". Es  otra cosa. El bar   de  abajo , donde hay biblioteca, venden   antigüedades, objetos  raros, prepara un café excelente. Un señor enciende un farias , de humo delicioso, absolutamente acorde con el perfume del café. Está  feliz.

Paseo hasta  la Estación. Ninguna molestia excesiva. La felicidad debe ser esto. ¿Quizás es algo más? Allí   voy en los Ferrocarriles hasta Sarriá. 

Observo los pasajeros. Aquí hay héroes  y villanos. Hay personas que, cuanto más compleja es una situación, cuanto más difícil es, por ejemplo, la situación  familiar, con más fuerza reaccionan y con más resolución la encaran; otros, en cambio, quedan alicaídos, dubitativos y abandonan la partida con una gran facilidad. 

Independientemente del éxito o del fracaso, hay quien tiende, instintivamente, a caminar hacia adelante; otras tienden a la huida, a la retirada. ¿Quién es  quién en este vagón?.

Entran en la Floresta   dos  jóvenes  riéndose. Celebran que se han colado.

Estos  son de  los míos, pienso.  




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