A mi madre le gusta contar como de bien niño, en una cafetería de Zaragoza que llamaban El Imperia, tomando chocolate con churros, entró una señora, al parecer despampanante, y yo mirándola con ojos de boquerón grité “¡¡¡halaaaaaa!!!", y di un silbido. Y mi madre me dio un soplamocos y pensó “ buena me ha caído con éste”.
Una tarde, en una soporífera clase en los jesuitas, estaba pensando en algo que tendría que ver con las mujeres y mira tú por donde noto que un miembro hasta entonces desconocido para mi, tan desconocido como, por ejemplo,el codo, o las pestañas,o las cejas (había convivido con ellos sin problema alguno) se pone duro . Y como tieso.
Sí, amig@s , algo se puso de una consistencia terca y sorpresivamente empinada.
Y eso nunca antes se me había puesto así, tan chulito , tan crecido, y tan don Pim Pom. Maldita sea, doce años, y un susto de muerte. Es lo que tiene la primera vez, me asusté y pensé que aquello iba a reventar la bragueta y que se ponía como una manguera a zigzaguear a diestro y siniestro, a porrazos con los compañeros y bamboleándose por la pizarra sin control.Y el cura diciendo "¡hala, qué pasa aquí!. Y los compañeros " ¡¡¡ahíváááá, joderrrrr!!!",
Esa tarde la vida dejó de ser sencilla para mi. Mi barco comenzó a zarpar y dejaba atrás un puerto que nunca más volvería a pisar: la infancia. A proa un mar abierto, infinito, misterioso, incierto. Un cielo azul. La calderas a tope, a punto de estallar, al rojo vivo. Muchas preguntas sin contestar.
Y la popa ves alejarse una playa que nunca más pisarás, sin nadie que te despida, sin nadie de quien despedirse, salvo uno mismo, un niño con mi cara diciendo " ¡adios, Susín, adiós!, ¡ya nunca volveremos a vernos!"...y los recuerdos de esos años de inocencia, cuando uno era bueno y era muy feliz . Cuando todo era codo, pestañas, cejas ...
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