martes, 12 de diciembre de 2017

TALONES HERRADOS

 Bernal Díaz del Castillo,  autor de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, cuenta que entre los lujos más exquisitos de Moctezuma  destacaba el consumo de pescado fresco, traído a diario desde el Golfo de Veracruz por corredores esclavos que se relevaban para hacer el trayecto más deprisa.

Siempre los poderosos se han distinguido de la peña o plebe. El pescado fresco de entonces, transportado a la carrera, equivale a los coches de lujo que el concesionario facilita a los nuevos ricos saltándose el turno de espera, customizados para el ministro, el concejal, el monarca, el sindicalista... 

Conocí  un  periodista  que  fue  agasajado  por  el director  general de  una Caja  con  una  pluma estilográfica  que  costaba  el sueldo  del corresponsal. Otros es el barco que le regalan, la donación de un cáliz de brillantes, los restaurantes estrella Michelín, o los relojes epatantes que obsequia el patrocinador de un evento por ser vos quien sois, el balonmanista que vive en un palacio, el sindicalista que duerme en un colchón de  plumas de pasote de euros, o a las chicas para todo que les llevan a las fiestas, sin que se tengan que ocupar de nada, como si bastara ser elegido concejal para ir de putas gratis. 

Y sobre todos ellos, o debajo, los que dicen “nosotros somos los que les traemos el pescado fresco a los chicos de la política, de la banca, de la iglesia, de los sindicatos». 

Los que facilitamos en la barra del bar del Congreso y del Senado, de todas las Autonomías, los cubatas y gin tonics a precio de grifo. 

O sea, los aduladores que consiguen sus caprichos, los que halagan sus vanidades, los asesores que les hacen creer en ese espejismo por el que se creen más guapos, más listos, más elegantes y más exquisitos que los demás, o hacerles sentirse seres de otra galaxia, alimentando su ego, poniéndoles en órbita con chutes de esa autoestima de pijo de mierda, de nuevo rico, siempre ligada a la posesión de presuntos objetos exclusivos. 

Los que la tienen más grande.

En la Turquía del 1600 existían  unos esclavos que servían como correos del Imperio. Iban  descalzos cruzando el Imperio Otomano. John Smith fue hecho  prisionero  y cuenta como esos hombres se herraban  los talones como señal de distinción. Presumían al escuchar  sus  pies  claveteados como herraduras resonando en los pasillos de palacio.

Sonaban los cascos  en  las losas de las calles, en los empedrados y rocas  de los caminos ,y saltaban chispas al correr en la oscuridad.


1 comentario:

  1. Parece ser que esto ha existido siempre: vestidos de pieles, casas/palacios de piedra, armas de metal cuando el resto no tenía metal ni para labrar la tierra. Incluso se rumoreaba que existían ciertos estipendios para obtener indulgencias o anulaciones de sagrados sacramentos ;-)

    Es inevitable. Con papel moneda o antes de todo eso.
    Igual que es inevitable que haya personalidades distintas: acomodados, ambiciosos, egoístas ... en cualquier estatus social.

    Y a todos los niveles ... los complementos de superlujo que nombras, o la cesta de Navidad, incluso en versión para veganos.
    El regalo a mis sobrinos, o al hijo de mi amigo que luego envidia su primo. O el convite al párroco que ofició mi enlace.

    ¿Dónde va el límite de lo bueno y lo excesivo? ¿No es algo absolutamente relativo?

    Saludos,

    Tero

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