viernes, 8 de diciembre de 2017

MANUELA ( A PROPÓSITO DE UNA VISITA A MATILLA DE ARZÓN.

Mañana visito Matilla  de Arzón, y  eso significa  que  recordaré a Manuela.

Nunca he conocido a nadie que llevara con más naturalidad su destino aciago. Era ese tipo de  persona que siempre está igual , en el éxito y en el fracaso, sóla o acompañada. Era de  una naturalidad   maravillosa  y encantadora. 

Pienso  muchísimo  en ella, y creo  que  ,a  pesar de  que nos dijimos  todo  lo que había  que decirse, y me perdonó  de corazón   todas mis faltas  egoístas , aún  me  quedan  unas  cuantas  cosas  por hablar.

 A veces su  alegría  bien  llevada   -  ¡'Dios  , qué  alegre  era  esa  mujer!-  le exige cambiar   su universo por   acomodarse  al tuyo.  Así conmigo, con  todos.

Alrededor de los veladores de café, en las tertulias y sobremesas ,  desgranaba   su ingenio en busca de lo que más quería, amigos  para presumir , porque  Manuela, sobre todo, presumía de  uno, de sus amigos   de su pueblo , de  su  gente.  

A  ella  no  le gustaban las  necrológicas. Manuela quería risas, fiesta, carcajadas, cervezas  ,  en los días de esplendor que ya pasaron. Y  hoy pediría  fiesta  en su  honor.

Tuve  la  suerte de  conocerla, de amarla, aunque  no  le llegué  a la altura de sus sandalias. 

El  tiempo  sólo  existe  cuando  ha pasado, porque el tiempo  que nos queda  puede  ser tan incierto como  un segundo, o un siglo.

Me  encontré a Manuela  y  me  descubrió  el amor, y  la  pasión. También me dio paz, y no supe cómo. Un  día  se cruzó  en mi camino y  ya  no necesitamos  palabras  para  reconocernos. Fue en el  Otelo, una  cafetería.

Sin ella  mis canciones  estaban incompletas, mis historias  eran papel  mojado. Sin ella  era una triza  buscando  pizarra, una  risa  buscando  un chiste.

Así estoy  ahora.

Manuela  disfrutaba  luciendo a  sus amigos. A veces  se  pasaba de frenada, porque  el  lucimiento  le deslumbraba...¡pero a ella eso  le daba igual! Tenía amigos  para  que su brillo  iluminaran a  terceros.

Era  la mejor embajadora cuando uno  no estaba  presente , y  nuestra  mejor albacea para darnos  crédito.

En ocasiones  era  excesiva, y defendía  con uñas y dientes a  la amiga, amigo, ¡a  mi mismo!, que era  el patito feo, el distinto, el díscolo , el que  confundía  lealtad y confianza. Pero  ella sabía adelantarse  a  nuestros  deseos y terminaba  por   poner  la alfombra  para  que nos sintiésemos  a   gusto.

Así era  Manuela.

El amigo raro  concita  miradas  de  sorpresa, y preguntas  perplejas ...¿cómo es posible que tú  y ése...?...¿pero qué le ves?...si sois  como  un huevo  y  una castaña.

Y, sin embargo, allí  estaba ella, alargando  el brazo en la niebla , y el otro  agarrado al amigo extraño. A mi. 

Siempre  dispuesta a  levantarse de  la mesa  si alguien hablaba  mal de uno, decidida  traicionar su  sentido  común para darle aire  a  nuestras  insensateces. 

Manuela  ya   no está  aquí, aunque sí que está  muy  cerca. 

Un consejo  que ella  sin duda  nos daría: conserva  tus amigos raros  como se  conservan los oficios antiguos. Son al  mismo  tiempo  público  y autor, locomotora  y raíles. Y, como ella, llegan antes  que nosotros  si la vida  les  es  indulgente  para ordenarnos el  mundo  a  nuestro  antojo.

Y entonces  lo extraño  es  normal, las palabras  son sonido, y el sonido , el más fuerte  de los  silencios.


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