Mañana visito Matilla de Arzón, y eso significa que recordaré a Manuela.
Nunca he conocido a nadie que llevara con más naturalidad su destino aciago. Era ese tipo de persona que siempre está igual , en el éxito y en el fracaso, sóla o acompañada. Era de una naturalidad maravillosa y encantadora.
Nunca he conocido a nadie que llevara con más naturalidad su destino aciago. Era ese tipo de persona que siempre está igual , en el éxito y en el fracaso, sóla o acompañada. Era de una naturalidad maravillosa y encantadora.
Pienso muchísimo en ella, y creo que ,a pesar de que nos dijimos todo lo que había que decirse, y me perdonó de corazón todas mis faltas egoístas , aún me quedan unas cuantas cosas por hablar.
A veces su alegría bien llevada - ¡'Dios , qué alegre era esa mujer!- le exige cambiar su universo por acomodarse al tuyo. Así conmigo, con todos.
Alrededor de los veladores de café, en las tertulias y sobremesas , desgranaba su ingenio en busca de lo que más quería, amigos para presumir , porque Manuela, sobre todo, presumía de uno, de sus amigos de su pueblo , de su gente.
A ella no le gustaban las necrológicas. Manuela quería risas, fiesta, carcajadas, cervezas , en los días de esplendor que ya pasaron. Y hoy pediría fiesta en su honor.
Tuve la suerte de conocerla, de amarla, aunque no le llegué a la altura de sus sandalias.
El tiempo sólo existe cuando ha pasado, porque el tiempo que nos queda puede ser tan incierto como un segundo, o un siglo.
Me encontré a Manuela y me descubrió el amor, y la pasión. También me dio paz, y no supe cómo. Un día se cruzó en mi camino y ya no necesitamos palabras para reconocernos. Fue en el Otelo, una cafetería.
Sin ella mis canciones estaban incompletas, mis historias eran papel mojado. Sin ella era una triza buscando pizarra, una risa buscando un chiste.
Así estoy ahora.
Manuela disfrutaba luciendo a sus amigos. A veces se pasaba de frenada, porque el lucimiento le deslumbraba...¡pero a ella eso le daba igual! Tenía amigos para que su brillo iluminaran a terceros.
Era la mejor embajadora cuando uno no estaba presente , y nuestra mejor albacea para darnos crédito.
En ocasiones era excesiva, y defendía con uñas y dientes a la amiga, amigo, ¡a mi mismo!, que era el patito feo, el distinto, el díscolo , el que confundía lealtad y confianza. Pero ella sabía adelantarse a nuestros deseos y terminaba por poner la alfombra para que nos sintiésemos a gusto.
Así era Manuela.
El amigo raro concita miradas de sorpresa, y preguntas perplejas ...¿cómo es posible que tú y ése...?...¿pero qué le ves?...si sois como un huevo y una castaña.
Y, sin embargo, allí estaba ella, alargando el brazo en la niebla , y el otro agarrado al amigo extraño. A mi.
Siempre dispuesta a levantarse de la mesa si alguien hablaba mal de uno, decidida traicionar su sentido común para darle aire a nuestras insensateces.
Manuela ya no está aquí, aunque sí que está muy cerca.
Un consejo que ella sin duda nos daría: conserva tus amigos raros como se conservan los oficios antiguos. Son al mismo tiempo público y autor, locomotora y raíles. Y, como ella, llegan antes que nosotros si la vida les es indulgente para ordenarnos el mundo a nuestro antojo.
Y entonces lo extraño es normal, las palabras son sonido, y el sonido , el más fuerte de los silencios.
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